Damián Pachón Soto: "Se necesita una filosofía viva para tiempos de crisis".
Por: Andrés Osorio Guillott
Entrevista para el diario El Espectador.
Se publica aquí la versión completa publicada en: https://www.elespectador.com/noticias/cultura/damian-pachon-soto-se-necesita-una-filosofia-viva-para-tiempos-de-crisis-articulo-862779. Publicada parcialmente en la versión impresa del día lunes 27 de mayo de 2019, Sección cultura.
Existe una noción o
concepto en particular que siento que no se ha entendido en la sociedad en
general y es el que tiene que ver con "modernidad". Suele hablarse de
modernidad como lo actual, pero si mal no entiendo, la modernidad habla de una
época de la historia con unas tendencias particulares en el pensamiento y en el
orden político. ¿Qué podemos aclarar sobre ello?
Es cierto. Se suele hablar de lo
moderno como sinónimo de lo actual, pero, en estricto sentido, la modernidad es
una época y un proyecto histórico, un proyecto de civilización con un conjunto
de valores e instituciones. Como periodo histórico, algunos sitúan su
inicio en 1453 con la invasión a Constantinopla, hecho que obliga a Europa a
buscar rutas alternativas para llegar a Oriente; otros, como Enrique Dussel, la
sitúan en 1492 cuando el mundo inicia su conexión definitiva de Occidente a Oriente
y de Norte a Sur, es decir, con la conformación del sistema-mundo
moderno/colonial; igualmente se suele ubicar en los siglos XVIII o incluso XIX
cuando su proyecto se consolida. De todas formas, estas dataciones son
meramente prácticas pues tratan de encapsular en una fecha determinada algo que
es, ciertamente, un devenir histórico, un cambio constante que no puede ser
apresado exactamente.
A mi juicio, la modernidad tiene su
prólogo en la primera Cruzada del año 1099, pues fueron estas expediciones religiosas
y comerciales las que despertaron a la Europa Latina, la conectaron con
Oriente, el Mediterráneo y dieron inicio a la disolución del feudalismo. Lo interesante de las Cruzadas es que
aceleran la histórica de Europa, cambia el ritmo de los tiempos y le imprime
velocidad a la historia. Es el inicio de lo que yo llamo la forma-vida frenesí,
donde la razón cuantitativa, el cálculo, el dinero, el naciente comercio, el
surgimiento de las ciudades, etc., empiezan a configurar la civilización
volátil, rápida y agitada que tenemos hoy.
La modernidad, entonces, es un
proyecto civilizatorio que es inseparable de la razón, como guía; el poder de la ciencia para dominar la naturaleza y buscar, entre otras cosas
-como decía Francis Bacon- “la prolongación de la vida, la restitución de la
juventud…la alteración de la complexión, de la gordura, de la delgadez” y
realizar “todas las cosas posibles”. La modernidad es también el poder de la técnica, la idea de civilización, de progreso;
la superación de los prejuicios, la autoridad y la tradición por medio de la ilustración y la crítica como postulaba Kant. Por otro lado, en términos más
políticos, es la postulación de la libertad,
la igualdad y la fraternidad como
ideales humanos. De ahí que estos valores y los derechos del hombre y del ciudadano deban realizarse en la democracia liberal como forma de
gobierno, y el Estado de derecho,
entendidos como las instituciones más idóneas para regir la convivencia humana.
Sin embargo, este proyecto se realizó
parcialmente y hoy está en crisis, lo cual se debió a que la modernidad misma
estaba sentada sobre fundamentos contradictorios; su naturaleza era ambigua como dice el filósofo
ecuatoriano-mejicano Bolívar Echeverría. Los derechos que la modernidad legó no
se podían realizar en medio del capitalismo, su tendencia destructiva de la
naturaleza, su voracidad de acumulación, sus valores egoístas, el culto del exitismo,
el individualismo. Para no ir tan lejos, el liberalismo económico era
incompatible con gran parte de las libertades que ofrecía el liberalismo
político y con las promesas de bienestar social. Las profundas desigualdades
sociales existentes así lo han demostrado. Por
eso, la modernidad se autosabotea e impide realizar lo que promete.
Con todo, si bien hay que revaluar el
proyecto moderno, y pensar en alternativas civilizatorias, no podemos renunciar
a muchas de sus instituciones, entre ellas, el catálogo de libertades. Éstas se
constituyen en una conquista innegable de la sociedad.
Conceptos como perdón, verdad, justicia y memoria son abordados desde la
filosofía política. ¿Cuáles serían, si es correcto hacerlo de esa forma, esas
lecturas y esos escenarios pedagógicos a los que la sociedad pueda acudir para
entender aún mejor la relevancia de estos conceptos? Y en este sentido, ¿por
qué seguimos subestimando el papel de la filosofía en la construcción de una
sociedad mucho más tolerante y preparada para reflexionar sobre las crisis
sociales?
Me gustaría iniciar respondiendo la
última pregunta: el papel de la filosofía en la transformación social y en la
construcción de sociedades más vivibles, tolerantes, pacíficas, se subestima
debido a varios factores: 1) la escaza importancia que se le da en la educación
básica, media e incluso universitaria, entre otras cosas, porque es vista como
una asignatura de relleno; 2) la mala
preparación de los docentes, especialmente, de generaciones anteriores, que sin
ser licenciados en filosofía, tenían que dictar la asignatura, por ende, eran
incapaces de seducir y de enamorar a los alumnos de la disciplina. 3) El
elitismo, el clasismo, el arribismo, el egocentrismo, de muchos (no todos) los
filósofos, que no dialogan con otras disciplinas, las subvaloran y las
ningunean. Son los mismos que piensan que la filosofía no debe mancharse las
manos con asuntos mundanos y que su campo exclusivo son los grandes problemas
de la teoría del conocimiento, la ontología y la metafísica, temas que tratan
desligados de las más mínimas referencias al mundo de la vida. 4) El hecho de
que, en nuestras facultades, la mayoría de profesores “son averroístas”, es
decir, comentadores o intérpretes de otros pensadores. Muchos de los profesores
son expertos en un autor, viven y comen de él, lo estudian y lo vomitan en una
clase. Es lo que yo he llamado el “vampirismo y la regurgitación”. Desde luego,
el trabajo filosófico con los autores, los temas, los problemas, el estudio de
las corrientes es necesario para que el estudiante logre solvencia filosófica,
pero esta práctica, si no se convierte en un ejercicio contextual, situado,
termina desconectando la filosofía de la circunstancia, tanto humana como
histórico-social.
De tal manera que el filósofo no es
un intelectual público, no se unta las manos de realidad, renuncia al pensar
situado, etc., y todo ello aleja más la filosofía del espacio público, la
relega y la sepulta como un saber exótico. A mi parecer, como lo he dicho muchas
veces, se necesita una filosofía viva para tiempos de crisis y, más aún, una filosofía subversiva, que contribuya a
subvertir, trastocar, el orden de cosas dado y que ponga su grano de arena en
la redefinición de la gramática de la sociedad; una filosofía que desfatalice
el ser y que se comprometa con la sociedad, pues ella es una forma de vida,
pero también una forma de conciencia.
En cuanto a la primera pregunta,
diría que son múltiples las fuentes y las formas expresivas que nos pueden
llevar a apreciar mejor lo que un concepto nos puede decir. En general, creo
que los grandes clásicos de la literatura ofrecen la posibilidad de tener una conexión
íntima con ciertas nociones y con las experiencias que ellas portan. Pienso,
por ejemplo, en Ensayo sobre la ceguera de
José Saramago. En ese libro, en la trama que se desarrolla entre los bandos de
ciegos, se puede percibir muy bien lo que significa arribar a estados de
indignidad, pero, a la vez, la misma obra permite entrever el valor de la solidaridad humana. Esto es posible
porque Saramago es un escritor que desnuda, como muchos otros, la condición
humana. En cuanto al valor de la esperanza, de la lucha por la supervivencia,
del valor de la vida, el libro de Víktor Frankl, El hombre en busca de sentido, es de gran valor.
Por otro lado, si nos preguntamos por
la existencia del conflicto en Colombia, el valor de la memoria, del perdón, la
necesidad de la verdad, y las cuentas pendientes de la justicia con las
víctimas, creo que un documental como El
testigo de Chucho Abad Colorado, transmitido el pasado 19 de abril por el
Canal Caracol, es imprescindible. Ese documental ha conmocionado a millones de
colombianos: ha hecho ver que es imposible negar la existencia del conflicto en
nuestro país, pero, ante todo, sensibiliza sobre la necesidad de no olvidar
para no repetir los círculos de violencia. Lo que ese documental muestra es la
sed de verdad y de justicia de quienes padecieron la barbarie. Igual puede
decirse del documental Memorias de
Guamocó de Mario Niño Villamizar. Por lo demás, qué mejor forma para
llegarle a la juventud de hoy y a los más viejos que los medios audiovisuales.
En el campo de la filosofía, por
ejemplo, en el tema del perdón es de gran relevancia los aportes de Derrida, y
en cuanto a la memoria, la obra del filósofo español Reyes Mate.
Hay que agregar que filósofas como
Laura Quintana y María del Rosario Acosta acuden al arte y a la estética para
repensar estas cuestiones del conflicto colombiano.
El contexto actual nos convoca a repensarnos desde una serie de
conceptos que parece que fueran fundamentales en una reestructuración de la
sociedad: Perdón, memoria, reconciliación, justicia, verdad. ¿Cree que la
manera de repensarnos debe partir de un sistema epistemológico en particular?
¿Sería correcto pensar que los conceptos desde los cuales debemos repensarnos
son interminables? ¿Cuáles serían fundamentales y cuáles contingentes o
secundarios?
Todos los sistemas epistemológicos
tienen sus méritos, sus virtudes, pero también tienen sus limitaciones. Yo
creo, más bien, que es necesario un auténtico y real trabajo interdisciplinar,
que le apueste a una mirada holística de los problemas y de los retos que
tenemos en la era del antropoceno. Sólo el trabajo en equipo puede darle
respuesta a la gran cantidad de retos que tenemos en un mundo interconectado e
interdependiente. Es la naturaleza del mundo mismo la que impone un determinado
acercamiento, pues de lo contrario, terminamos encasillándonos en nuestros
cerrados y limitados puntos de vista. Recientemente el maestro Jorge Aurelio
Díaz decía que “siempre he creído que de quienes más podemos aprender es
precisamente de aquellos que discrepan de nosotros, cuando esa discrepancia es
el resultado de un buen conocimiento y de una seria reflexión”, pues bien,
justamente por eso tenemos que abrirnos a las distintas disciplinas para poder
aprender de otros y construir juntos.
En cuanto a los conceptos, no creo
que sean interminables, pues justamente todo concepto generaliza, sintetiza. Es
cuestión de economía para nuestro “diccionario mental”. Sé que muchos,
influidos por Deleuze y Félix Guattari, piensan que la filosofía consiste en
crear conceptos, lo cual es parcialmente cierto, pero no siempre es necesario
acuñar un concepto nuevo para cada cosa, en muchos casos, basta una
re-semantización del mismo concepto, esto es, ampliarle o darle otro
significado. Por ejemplo, si creemos que el desarrollo es el crecimiento del
PIB, bien podemos adicionar que también implica la satisfacción de necesidades
creativas y afectivas, tal como lo postula, por ejemplo, Manfred Max-Neef,
premio Nobel Alternativo de Economía. Con esta simple operación, estamos
ampliando el contenido y, por qué no, contribuyendo tal vez a la formulación de
una política pública que se preocupe por satisfacer las necesidades creativas
de algunos ciudadanos específicos.
Los conceptos son fundamentales para
dar cuenta del mundo y para comprenderlo, para transmitir nuestra experiencia,
pero también lo son para la acción. Los conceptos son faros que pueden
desencadenar luchas, acciones. Por eso, ellos mismos son campo de batalla,
terreno que tenemos que apropiarnos todos los días si queremos transformar y
ampliar nuestra forma de pensar y actuar.
Si tuviéramos que hablar de algunos
conceptos fundamentales y secundarios, yo diría que, entre los primeros
tendríamos la vida, el dialogo, la comprensión, la convivencia, la solidaridad,
la dignidad, la libertad y la justicia social. Entre los segundos, el
empoderamiento, la acumulación, el éxito, la utilidad, el rendimiento y el
consumo como medida del bienestar.
Hobbes habló de la famosa frase "El lobo es un lobo para el
hombre" en El Leviatán. ¿Esa frase no describe, de alguna manera, el comportamiento
de la sociedad colombiana en el sentido de una comunidad polarizada y también
atravesada por el miedo? ¿No es la polarización una incapacidad de nosotros
para dejar de ver al otro como una amenaza?
Sinceramente creo que la llamada
polarización en Colombia es más un discurso y cierto dispositivo que usa la
derecha para marcar, señalar y movilizar el odio, el resentimiento y el rencor
contra quienes piensan diferente a ellos. Es una táctica ideológica, un caballo
de batalla para acusar a la oposición de querer incendiar el país, incitar el
odio de clases y de trastocar el orden. Ese concepto tiene un poder, un efecto
hipnótico sobre las masas y la opinión pública y es usado por quienes defienden
el orden y la legalidad. Al fin y al cabo, quienes defienden el orden tal y
como es, son precisamente quienes se benefician y se lucran de él y de los
privilegios que su posición les confiere.
En la sociedad colombiana lo que hay
son posiciones ideológicas muy marcadas, con visiones de sociedad muy distintas,
y apuestas políticas diferentes. En esto estoy de acuerdo con el filósofo
colombiano Santiago Castro-Gómez. El problema es que un sector utiliza el
aparato de Estado, gracias al poder que ostentan, así como los medios de
comunicación afines, para movilizar la persecución, realizar la falsa denuncia,
mover fake news, etc., contra sectores de la oposición o contra todo aquél que
no se alinee con su visión de sociedad y sus particulares intereses.
Por último, no creo que la frase de
Hobbes, que en realidad es de Plauto, pueda aplicarse para leer la sociedad
colombiana. Hobbes la usa para describir el “estado de naturaleza”, el cual es
visto como un estado de guerra de todos contra todos, y por grave que nos
parezca la situación colombiana, ese no es el caso.
Hablemos justamente de esa noción del "otro", de la
"alteridad". ¿Cómo podemos explicar desde la filosofía la importancia
del otro y cómo este tema nos puede llevar a reflexionar, por ejemplo, sobre un
sistema democrático?
Hay una cuestión elemental que ya
está en el pensador Jesuita Francisco Suárez: la comunidad precede al individuo. Esta idea aparece, de diversas formas,
en la filosofía moderna y en la contemporánea. El punto básico es que el Otro
me constituye, el Otro forma parte de un mundo social, al cual arribo, al cual
soy arrojado. Todos advenimos a un mundo de la vida en el cual empezamos a
navegar como peces en el agua. De hecho, la sociedad es para nosotros lo que el
agua es para el pez. Y la sociedad es un espacio vital poblado por Otros,
diversos, sin los cuales no podríamos vivir, ni desarrollarnos, ni satisfacer
nuestras necesidades. Al Otro debo un lenguaje, una cierta subjetividad que ha
sido mediada; sin el Otro no hay reconocimiento, etc. Esto es bien sabido.
Ahora, lo que debe lograr la
democracia es la inter-existencia o coexistencia de todos. Para ello hay que
graduar un conjunto de valores que consideramos estimables, sin los cuales
sería imposible la convivencia. Esos valores son la pluralidad, la diversidad y
la diferencia. Estos valores sólo tienen sentido, y, de hecho, presuponen al
Otro. Por eso, la convivencia en dignidad, libertad, igualdad y justicia
social, son el horizonte de la democracia. Ella busca gestionar la vida de la
comunidad política para perpetuar, desarrollar y potenciar la vida. Se trata de
que la democracia, como forma política, rija la convivencia y permita el
desarrollo de la pluridimensionalidad humana. Esto no es posible si todos los
ciudadanos no tienen el mismo derecho, de tal manera que sin la realización del
Otro no hay realización propia. Por lo demás, todo esto se concreta en la
praxis, en la acción colectiva y antagónica y en el diseño de instituciones
garantistas.
Ahora, hay muchos Otros: el enemigo,
el prójimo, el adversario. Sin embargo, en cada caso hay canales de
comunicación, hay posibles mediaciones, que posibilitan un entendimiento. Por
ejemplo, si bien al enemigo se le suele eliminar, aun así, hay un derecho de
guerra, donde es posible la rendición y donde no se desemboca en la muerte. Con
el adversario, por su parte, se discute, se compite, se batalla
ideológicamente, pero se le reconoce y respeta como contradictor válido. Y con
el prójimo se está tan cerca, que la convivencia se hace más fluida, sin que
esto elimine la posible aparición de divergencias. Por lo demás, el conflicto
no es eliminable de la sociedad: lo que debemos hacer es aprender a tramitarlo.
Esta idea sobre la alteridad no tendría que ver, entre otras cosas, con una
reducción del individuo, con ese fenómeno en el que la propia individualidad
está limitada y coartada por un sistema económico reinante?
Esa apreciación es afirmativa. La
modernidad capitalista, la forma vida
frenesí que mencioné partió de un presupuesto totalmente falso: existe el
individuo- átomo. Lo peor es que el liberalismo ha mantenido ese presupuesto
como base ideológica porque fundamenta y justifica la competencia, el egoísmo,
el darwinismo social y el exitismo. Sin esa concepción no existiría la sociedad
del rendimiento neoliberal, donde la libertad misma está organizada, como decía
Theodor Adorno; donde el hedonismo y el narcisismo concretizan un modo de vida
consumista, necropolítico, depredador, que aniquila espiritualmente al
individuo y lo convierte en una especie de abeja sin panal, sometido a la tiranía
anónima de la ley del valor de cambio.
El individuo acuñado por esta
sociedad a pesar de necesitar del otro, lo ve de manera instrumental, como un
medio para satisfacer sus propios fines egoístas. De esta manera, se cosifica a
los otros sujetos y se los utiliza para la realización de los propios
intereses. Es la dinámica propia de la sociedad burguesa donde todo se reduce a
cifra, a quantum.
En realidad, lo que sí existe y ha
existido siempre, es el individuo social. Somos sociales hasta en la ducha.
Desde luego no somos copias, o torres de transmisión de contenidos sociales, pues
esto nos haría totalmente uniformes. A pesar de los procesos de subjetivación, forjamos
cierta singularidad, la cual construimos gracias a nuestras propias
experiencias en la familia, la escuela, el medio social, etc., es decir,
gracias a nuestras mediaciones específicas. Esa socialidad del individuo, su auto-responsabilidad,
su solidaridad con el Otro, es lo que hay que potenciar contra el mito del
individuo-átomo, del individuo cápsula.
¿Qué tan aproximados estamos a la ideal del tiempo circular que
plantearon los estoicos y que, posteriormente, fue explicada de otra forma por
Nietzsche con la idea del eterno retorno? ¿No existe esa sensación con la
historia de Colombia?
No creo que estemos aproximándonos a
esa idea, o que haya una realización o materialización de la misma.
Esa idea es interesante desde el
punto de vista cosmológico, pero lo es más desde el punto de vista ético, tal
como en Francia la analizó Deleuze o, en Colombia, Darío Botero Uribe. Desde
este punto de vista, es posible plantear una ética radical, incluso como la
kantiana, donde los actos deben ser queridos “como si” fueran a repetirse eternamente. Y es interesante,
justamente, porque invita a asumir una responsabilidad radical por lo que yo
hago, pues nada de lo que haga desaparecerá de la eternidad…también volverá una
y otra vez. Así las cosas, el crimen será siempre crimen, el acto heroico será
siempre heroico, y “cada dolor, cada placer, cada pensamiento…habrá de volver a
ti”. Por lo demás, la idea de Nietzsche es tan sólo
una hipótesis, tal como fue formulada en La
ciencia jovial: “qué pasaría si un día o una noche…”.
Ahora, en el caso colombiano hemos
vivido desde el siglo XIX en ciclos de violencia, que pareceríamos estar en un
círculo infinito de conflicto y de desgracias. Hemos tenido una historia donde
cada conflicto engendra futuras violencias. Es como si la historia nuestra
reclamara más sangre…se alimentara de ella. Es lo que la pensadora española
María Zambrano llamaba una “historia sacrificial”. Pero, en realidad, lo que está detrás de todo
esto, de este círculo dantesco de violencia, no es ningún fundamento metafísico,
o una filosofía de la historia. No. Las causas las encontramos en nuestra
constitución social aristocrática, en nuestra formación social. Desde la
colonia creamos formas de organización como la encomienda, luego la hacienda,
que produjeron estructuras de socialización verticales, jerárquicas y
excluyentes, basadas en el amiguismo, las lealtades personales, la
subordinación y la dependencia. Estas prácticas estuvieron basadas en el
amiguismo, el nepotismo, el mimetismo y el clientelismo. Después, esas mismas
prácticas se trasladaron a los partidos políticos, los cuales las han
reproducido desde entonces. El resultado: una sociedad desigual, injusta,
frustrada, con los valores invertidos o pervertidos, donde el enriquecimiento
sin causa, el enriquecimiento ilícito, el abuso de autoridad, el tráfico de
influencias, etc., se han convertido en virtudes civiles, y en objetivos de
quienes consideran la política como un botín y no como un servicio social. Una
sociedad así sólo puede alimentar formas de violencia que se han repetido por
lustros en esta democracia corporativa, de un país cuasi-señorial.
No es, entonces, el eterno
retorno…son las “eternas” prácticas excluyentes y corruptas las que alimentan
con combustible las múltiples violencias que atraviesa la sociedad
colombiana.
Pareciera que nosotros vivimos supeditados por el afán. Y el afán
conlleva, de alguna manera, a las soluciones rápidas, a la efectividad. Sin
embargo, aquí hemos tergiversado la idea de la inmediatez, pues muchas veces esta
no es efectiva o precisa. ¿No es esta confusión un elemento que ha vuelto a
muchos ciudadanos tramposos y "vivos"? ¿No es también esta la razón
por la que olvidamos el poder de la educación al ser esta una parte que toma
tiempo y que arroja resultados a largo plazo?
La forma vida-frenesí de la que he
hablado o, la sociedad de la aceleración para decirlo con R. Koselleck,
racionaliza todos los aspectos de la vida en pro del rendimiento. El lema es
hacerlo más rápido, invertir lo menos posible, y producir la mayor ganancia. En
esa vorágine, se pierde toda trascendencia…ya se no se construye para el futuro
o para la eternidad; se mecanizan los ritmos vitales y se renuncia, por
ejemplo, al cultivo de la sensibilidad y al goce creativo.
En la sociedad del
espectáculo, de la eyaculación precoz, el tiempo es oro. Esta actitud va en
desmedro del go slow en la vida, de
pensar, morar, esperar, meditar y contemplar. El afán de resultados, entonces,
lleva a la absolutización de los fines y a la perversión de los medios,
desechando la relación dialéctica entre ambos. En esa perversión, el facilismo
aparece como aliado de la velocidad, del afán y de la utilidad, y enemigo del
esfuerzo y del trabajo sostenido. Se genera una relación mecánica donde el fin
es endiosado y donde la trampa ofrece un camino corto, más rápido para llegar a
él. La avivatez es producto, justamente, de la perversión axiológica de la
sociedad, de la anomia moral, de la ausencia de brújulas para la sana y honrada
convivencia y de la renuncia al esfuerzo ascético para lograr lo que se desea.
En ese contexto,
efectivamente, la educación se torna obsoleta, pierde valor, pues exige mucho
esfuerzo y toma mucho tiempo. Por eso la universidad está entrando en una
profunda crisis, pues ya no responde a las exigencias de inmediatez y
rendimiento de la sociedad actual. Un joven de hoy prefiere aprender una competencia o una habilidad, para entrar
lo más pronto posible al mercado laboral, a formar parte del engranaje social.
Renuncia, en muchos casos, y voluntariamente, a cualquier tipo de goce,
crecimiento espiritual, formación integral, humanista. De esa manera, justo
como el hombre tipo o el individuo-cápsula, se pone “a la altura de los
tiempos” que exige la sociedad del consumo. El resultado es un empobrecimiento
espiritual generalizado y una idiotización masiva de la sociedad.
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