HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE “OTRO MUNDO POSIBLE: Diálogo con Orlando Fals Borda
[Presentación del libro Preludios
filosóficos a otro mundo posible, el día 15 de noviembre en la Biblioteca Julio
Mario Santo Domingo]
Por: Damián Pachón Soto[1].
En su Discurso sobre las ciencias de 1987
decía Boaventura de Sousa Santos: “Tal
como en periodos de transición, difíciles de entender y explorar, es necesario
voltear a las cosas simples, a la capacidad de formular preguntas simples,
preguntas que cómo Einsten acostumbraba decir, sólo un niño puede hacer, pero
que después de hechas, son capaces de
trazar una luz nueva a nuestra perplejidad”.
Pues bien, que hace varias décadas nos sentimos en estado de
perplejidad, no tiene duda. No se trata de crear zozobra innecesariamente, ni
de terrorismo psicológico, pero lo cierto es que nos encontramos abocados ante
cambios inminentes y antes nuevos retos para el futuro; nos dirigimos, como antes
en la historia, hacia un mundo nuevo y desconocido. Sin embargo, que el mundo
que viene sea desconocido no obsta para que podamos leer algunos signos. Y esos signos se alumbran, se pueden captar y
detectar en la situación actual, en nuestro actual orden social.
¿Cuáles son, pues
esos signos en el actual orden social? Para responder esta cuestión, quiero
acudir al concepto de “orden social” de Orlando Fals Borda, un concepto que el
sociólogo barranquillero, uno de los más importantes sociólogos del continente,
propuso en su libro La subversión en
Colombia de 1967. Lo que importaba a Fals allí era el problema del cambio
social y el tránsito de un orden social a otro. Todo orden social está
compuesto de 4 elementos: 1) unos valores, 2) unas normas de conducta, 3) unas
instituciones, unos grupos, un aparato político y, por último, 4) unas
determinadas técnicas. En el actual orden social, un orden neoliberal, los
valores son el individualismo, la insolidaridad, el egoísmo, el solipsismo, de
ahí se derivan pautas y normas de conducta como son el consumismo, la
competencia, el deseo de acumulación, la actitud irresponsable del individuo
frente al medio ambiente y la sociedad en general. Este orden social actual
está acompañado y agenciado por instituciones trasnacionales que minan las
instituciones democráticas del “estado-nación”, o, en la mayoría de los casos,
tal como ya denunció hace décadas la teoría de la dependencia, los grupos
nacionales, los poderes económicos, se convierten en enclaves del poder
transnacional, es decir, las élites señoriales se convierten en canales de reproducción
de los intereses foráneos y de sus propios privilegios. Es así como se minan
las instituciones democráticas, es así como se pierde la soberanía estatal, se
manipulan los congresos y las instituciones colegiadas que dicen representar
los intereses de la población nacional. Es así como se ha destruido y
pervertido la institución política de la democracia representativa y la
participación política. Además, el actual orden social cuenta con sus
tecnologías y sus medios de información, que a parte de los innegables
beneficios que han traído a la humanidad, también contribuyen a la reproducción
del estado de cosas, pues legitiman maneras de ser, legitiman los modos de vida
actuales, modulan, como dice Maurizio Lazarato, las creencias y los deseos.
Este es el orden
social neoliberal que se ha ido tornando hegemónico a nivel mundial. Pero hay
que recordar con Fals Borda que todo orden social tiene un equilibrio precario, es decir, que los órdenes sociales no son del
todo estables y están atravesados por el desequilibrio.
Pero no sólo eso. Es cierto, además, que todo
orden social está atravesado por el conflicto, por el paradigma de conflicto.
Y hay momentos en que esos conflictos sociales explotan, hay momentos
históricos concretos en que el conflicto social, los desajustes, las
incongruencias e inconsistencias, se hacen visibles, afloran. En esos momentos,
lo que se cuestiona es la misma capacidad del orden social vigente para
canalizar y dar respuestas a las necesidades del orden, a las necesidades de la
población. Cuando esos conflictos sociales afloran, cuando aparecen esos
desajustes, lo que se pone en cuestión es
la capacidad de supervivencia y reproducción del orden social determinado,
del modo de vida concreto. Y cuando ponemos en cuestión la posibilidad de
supervivencia de nuestro modo de vida,
entra en crisis la legitimidad del
mundo en que vivimos, entra en crisis también la legitimidad política y la
manera como nos gobernamos.
Creo que en el actual
orden social neoliberal hay tres variables y sus relaciones que expresan ese
conflicto o esos desajustes mencionados: el primero tiene que ver con la
acumulación capitalista en manos de unas pocas corporaciones, de unos pocos
grupos que excluyen de sus beneficios a una mayoría de la población; la segunda
variable, es el crecimiento demográfico, el crecimiento de una población que
aumenta cada día. Al aumentar la población mundial, cada día más personas se
quedan por fuera de los beneficios de la sociedad. Si la población aumenta y
esta es excluida, cada día más gente es lanzada al no-futuro, cada día, por lo
tanto, se atiza el conflicto, y las posibilidades de supervivencia de la
civilización. La tercera variable, son los recursos naturales. La acumulación
capitalista y el aumento demográfico
están en una relación directa con los recursos. De hecho, el límite del
crecimiento económico, de la acumulación, el límite del crecimiento
demográfico, son los recursos finitos
del planeta. Es ahí cuando surgen los problemas ambientales. Si la población
sigue creciendo a nivel mundial, y si seguimos acumulando como si los recursos
fueran infinitos, si seguimos en esa estupidez constante, sin duda estaremos
asistiendo, como dijo Ernesto Sábato, a un “desierto superpoblado” que no
tendrá nada que envidiarle al cine de ciencia ficción, a películas como Terminator en su cuarta versión, por
ejemplo. Así las cosas, se hace necesario revisar la relación entre esas tres
variables, entre la acumulación del capital, el crecimiento demográfico y los
recursos del planeta. En avizorar un cambio en estas relaciones, entre estas
variables, creo que depende la posibilidad de reproducción de la vida en el
planeta.
Ahora, cuando los
conflictos latentes explotan en un orden social, es el momento, es también
nuestro deber, aprovechar esas circunstancias y atizar el cambio. Es necesario
actuar sobre la anomia vigente, es necesario darle un empujón a la historia y
encaminarse hacia la construcción de
otro orden social, de un nuevo orden social. Donde no hay hombres, no hay historia. Eso es claro. Y eso quiere
decir también que el hombre puede, en ciertos momentos y en ciertas condiciones, introducir combustible a la
historia y producir un cambio en la realidad dada. Esto es lo que ha sucedido
en las revoluciones modernas.
La pregunta es ¿cómo producir esta transformación social,
este cambio de orden? Cambiarle la figura al orden social, trans-figurarlo,
requiere de grupos, de sectores, de movimientos sociales, de intelectuales,
etc., que en medio de los desajustes sociales, actúen e intenten dirigir la
realidad dada hacia una nueva. Estos grupos, estos movimientos, deben pues
prefigurar un nuevo orden, un mundo posible, para decirlo con el título del
libro que lanzamos hoy; debemos construir una nueva realidad, lo cual implica
no renunciar a la utopía. No se puede
renunciar a la utopía. “Sin utopía la vida sería un ensayo para la muerte”,
ha dicho Joan Manuel Serrat. Es más, no tener utopías, equivale a no tener
ideas, equivale a no tener imaginación y a resignarse y dejarse llevar por una
historia que nos parece ajena. El cambio
social, la acción social, sin utopías sería ciego. Pero también construir un
mundo utópico sin tener en cuenta la realidad social, sería quimérico y
estúpido. Por eso, debe haber una relación muy concreta entre el orden social
que se quiere cambiar y la utopía con la cual queremos cambiarlo.
Pues bien, si todo
orden social está compuesto, para seguir a Fals Borda, por cuatro componentes: valores, normas, instituciones y tecnologías, para cambiarlo hay
que proponer contra-valores, contra-normas, contra-instituciones y tecnologías
alternativas o que complementen las ya existentes. Esto quiere decir que sin un
orden social es una “forma o un modo de vida”, debemos crear otros modos de
vida, formas-otras de convivir. Y crear esas nuevas formas de vivir, implica,
como ya lo prefiguraba Marcuse en el siglo pasado, cambiar los valores actuales
por otros; cambiar nuestra vida diaria, nuestro comportamiento, nuestras formas
de relación con los demás, nuestra relación con el consumismo; implica revaluar
conceptos como el éxito- el exitismo que se ha apoderado de la juventud
actual-; es urgente moderar el deseo de posesión;
se requiere desechar algunas creencias, revaluar el concepto de progreso;
se necesita crear nuevas instituciones políticas; hacer nuevas propuestas
económicas; rescatar, crear y adoptar tecnologías
alternativas. Resumiendo: para cambiar el mundo que tenemos, avaro,
depredador, inviable, injusto, violento e inhumano, se necesita ante todo ser creativos.
Ser creativos, esa es la cuestión y ese es el reto. Yo diría que hoy sabemos, frente a muchos problemas que nos acucian,
qué hacer, el problema es ¿cómo hacerlo? Así las cosas, tenemos que ser
creativos ante todo para responder a la pregunta del cómo. Desde luego que la
respuesta que demos a esa pregunta depende también de las circunstancias
concretas, los contextos, las necesidades y
las posibilidades reales.
Si se quiere
sobrevivir se necesita rescatar el concepto de subversión. La subversión significar trastocar, cambiar, producir
cambios, darle la vuelta al mundo patas-arriba en que vivimos. La subversión no
debe tener, como decía Fals, un sentido peyorativo, asociado en Colombia
normalmente con grupos al margen de la ley. No. La subversión tiene su carga
moral positiva: significa no estar de acuerdo con lo que tenemos; significa la
posibilidad de revelarnos contra la injusticia. En ese sentido, los indignados
de Europa, los inconformes son subversivos. Todos debemos ser, en este sentido explicado,
subversivos. Debemos sub-vertir el mundo que tenemos si queremos sobrevivir a
la aplanadora de la historia actual. Se necesita una rebelión de los instintos
vitales o, para decirlo mejor, se hace urgente una sub-versión vitalista, un
vuelco de los modos de vida actual.
Desde luego, esta no
es una consigna novísima. Ni un pensamiento original. Es, más bien, la sensibilidad creciente de una época, de
una pequeña parte de las generaciones y los pueblos actuales. Esa subversión vitalista requiere pensamiento y acción, requiere teoría y praxis, pues subvertir el
orden social dado no es posible con la mera contemplación, ni en la pasividad
del espíritu. Se trata de actuar con
esperanza sin caer en un optimismo ciego. Hay que cambiar el orden social dado,
pero eso no implica que todo está garantizado. En el conflicto, en las
tensiones sociales, nada está ganado de antemano, nada está dicho de una vez
por todas. El cambio y la lucha social son un campo de batalla, que a menudo
hay que replantear, redefinir, cambiar estrategias. Hay que tener buen oído
para el azar y esto lleva a que permanentemente estemos leyendo la realidad y ajustando
nuestros objetivos. Nada está garantizado, no hay utopía bajo pedido, ni
historia bajo pedido, como decía Norberto Bobbio.
***
En este marco
descrito se ubica el libro “Preludios filosóficos a otro mundo posible”. Como
su título lo indica son reflexiones previas, sin carácter dogmático ni
indiscutible, son ideas, esbozos, trazos; son propuestas para discutir; son
también reiteraciones que podemos
encontrar en el pensamiento crítico latinoamericano e, incluso, en el de otras
latitudes. El libro tiene 4 ensayos, que fueron publicados aparte, pero que
confluyen en la intención crítica y el propósito de construir otro mundo
posible o, si se quiere, para decirlo con Fals Borda, otro “orden social”.
Aludiré brevemente a la intención de cada uno de los ensayos.
El primer texto se
titula “Crítica de la filosofía actual”. En él no me refiero a la totalidad de
corrientes filosóficas de hoy, como la filosofía analítica, la filosofía de la
mente, etc., sino que por filosofía actual aludo básicamente a lo que se ha llamado
filosofía postmoderna. En este sentido, muestro cómo se constituyó esa nueva
forma de hacer filosofía en Francia poniendo de presente su contexto
histórico-filosófico. Se muestra cómo en Francia desde Saussure y Henry Bergson
se creó una tensión entre, por un lado,
la vida, su duración, su continuidad, la vida como devenir y, por el
otro, la ciencia, el positivismo y el cercenamiento de ese devenir, la
tendencia a lo estático. La filosofía francesa postmoderna, si bien es
múltiple, es mostrada como heredera de la filosofía de Nietzsche y de
Heidegger, como su usufructuaria. En el libro se rescatan los aportes de este
conjunto de filosofías, entre ellos, la crítica a la racionalidad moderna, al
racionalismo, la crítica del sujeto omnipotente y constituyente, la crítica de
las filosofías de la historia, especialmente, la crítica a la categoría de
progreso; así se rescata su apuesta por el cuerpo, el deseo, las pasiones, las
formas íntimas de la vida, la preocupación por la vida cotidiana, por los
medios de comunicación y sus efectos; se
valora el que dichas filosofías le apuesten a la diversidad, a la diferencia y
al pluralismo, etc. Pero, igualmente, cuestiono el hecho de que gran parte de
estas filosofías descuiden la acción política colectiva, desechen el concepto
de revolución, destruyan el sentido y, ante todo, de que manden al desván el
concepto de utopía. La filosofía posmoderna minusvaloran el papel del
intelectual, el cual ciertamente no es profeta ni un mandarín, con lo cual
minan también el papel de la crítica. De esta manera, el problema principal no
resuelto por el posmodernismo filosófico es la articulación de lo local con lo
global, de lo micro con lo macro, de lo particular con lo universal. Esto
genera serios problemas a la hora de pensar la acción política, las
estrategias, la organización para cambiar el orden social.
El posmodernismo la
hace un canto esteticista al individuo y a la posibilidad de cambiar su vida.
Esto es valioso, pues el cambio empieza en el individuo mismo, en su
auto-transformación, una cuestión que ya puso de presente el anarquismo del
siglo XIX y de hecho Marx en las Tesis
sobre Feuerbach en su versión original. El individuo debe cambiar su vida,
labrarse, trabajar sobre sí mismo, realizar prácticas, ejercicios (lo que Peter
Sloterdijk llama Antropotécnicas y que Nietzsche llamó ascetismo o lo que Foucault
denomina “cuidado de sí”), que lo llevan a vidas de otro modo, que realicen su
meta o proyecto de vida, pero es claro que no esto suficiente. De hecho, en el
libro yo valoro lo que se ha llamado “estéticas de la existencia o la vida como
obra de arte”, pero remarco que esta propuesta no debe olvidar las relaciones
geopolíticas actuales, la manera como el Norte usa una política de la verdad,
del saber, que reproduce la explotación y la dependencia cultural, técnica,
científica, del mal llamado Tercer Mundo. Las estéticas de la existencia
descuidan la vida concreta de los individuos cuya vida pretende transformar,
pues en sus análisis no se habla mucho de geopolítica, de geopolítica del
conocimiento, de la manera cómo éstas condicionan los individuos y sus
posibilidades de cambio; tampoco se ocupan de la situación socioeconómica, de
la pertenencia de las personas a grupos, clases, a estructuras sociales, al
modo de producción. Igualmente descuidan el papel del poder popular y su potencial transformador. Muchas de éstas
falencias del pensamiento posmoderno europeo (y no hablo en bloque) han sido
suplidas por el pensamiento crítico de la periferia, por el pensamiento crítico
latinoamericano.
La “estética de la
existencia”, como esteticismo, tiene su mayor limitación en lo que aporta a la acción política. Por eso le falta
concreción, realismo. He dicho varias veces que no se le puede pedir a un
campesino nuestro chocoano que haga de su vida una obra de arte.
El según ensayo
titulado “historiografía, eurocentrismo y universalidad de la filosofía en
Enrique Dussel”, busca principalmente, llamar a la superación del eurocentrismo
y del nordocentrismo. Aquí se muestra, de la mano de Dussel, que el
eurocentrismo es un dispositivo ideológico, creado por Europa, que desde los
inicios de la modernidad en el siglo XVI legitimó el colonialismo, la
expoliación y la unificación y homogenización cultural, ideológica, económica y
científica del mundo. De hecho, la Ilustración- a parte de sus aspectos
positivos- es la formalización de una visión eurocéntrica del mundo donde unos
aparecen como modernos y otros pre-modernos, unos civilizados y otros
incivilizados o bárbaros; luego aparecerán unos desarrollados y otros
subdesarrollados. Criticar el nordo-centrismo es recuperar la visión múltiple
del mundo, recuperar otros saberes, otras filosofías, otras tecnologías, otras
formas de organización política; es buscar alternativas económicas al modo de
producción actual.
Si pensamos que desde
sus comienzos- eso que se llama antropogénesis- la humanidad ha sido bastante
creativa, criticar el modelo hegemónico euro y nordo céntricos es luchar contra
el desperdicio de la experiencia. Cuando en el mundo se impone una sola forma
de ver, se está desperdiciando la experiencia múltiple de miles de pueblos y
comunidades. Por eso, esa recuperación implica una lucha contra el colonialismo
intelectual. Eso es algo que se ha puesto de presente en la obra de Samir Amín,
Enrique Dussel, Boaventura de Sousa Santos y Orlando Fals Borda, para sólo mencionar
algunos. Es más, algunos autores europeos como María Zambrano, Peter Sloterdij,
Michel Onfray, han criticado esa mutilación de la experiencia, han criticado, a
su manera, el eurocentrismo y el nordo-centrismo.
La lucha contra
el nordo-centrismo tiene que hacerse
desde todos los frentes. Esto no implica dividir el mundo en un “ellos” y en un
“nosotros”. Esa es una visión esencialista. Se trata, más bien, de acumular
experiencias, aunar reflexiones, realizar aportes, adaptar lo que es útil y lo
que puede ayudar en la superación del mundo que tenemos. Se trata de usar los
medios que puedan salvarnos. Ahora, un frente, un punto desde donde debe
impulsarse esa crítica del mundo hegemónico, esa crítica al eurocentrismo, es
la academia. Es necesario, vitalmente
necesario, que se descolonice la academia y la universidad. Es necesario
criticar y transformar las prácticas académicas. En América Latina la academia y la
universidad padecen de lo que Fernando González Ochoa llamó el “genio de las
nalgas”, es decir, nuestra universidad y nuestra academia se han dedicado a
sentarse a “copiar”, a repetir. Sin embargo, lo recuerda Fals Borda, una
sociedad es grande por lo que crea y no por lo copia o por lo que repite. Es
este tema, el de la crítica de nuestras prácticas filosóficas y académicas, el
que se aborda en el tercer ensayo del libro.
El último ensayo se
titula “Re-significando el progreso. Caminos hacia una biofilosofía”. En
muestro cómo la idea de progreso se forma en Occidente. En especial, como desde
el Descubrimiento de América, la
categoría de progreso tiene su contra cara: el colonialismo. Sin el
colonialismo de Europa sobre América, la idea de progreso tal vez no hubiera
sido posible. Port otro lado, esa idea se formula filosóficamente en la
Ilustración. Desde el siglo XVIII la idea de progreso también ha sido un
dispositivo, u mecanismo que ha justificado la explotación y el colonialismo
del Tercer Mundo. El progreso se disfraza de bienestar y termina expoliando los
recursos de la periferia de Europa y Norteamérica. Esta práctica funciona hoy
tal como ayer. En nombre del crecimiento económico, de la generación de
empleos, de la inversión extranjera, de las libertades del libre mercado, etc.,
el norte se apodera de los minerales, el petróleo y los recursos naturales de
los países del Sur. A propósito, creo que el libro de Arturo Escobar sobre el desarrollo es importante. Pero antes de
ocuparse del desarrollo, es necesario revisar la idea matriz que lo posibilita.
Esta idea es la categoría de progreso. El progreso es una ideología que
antecede a la ideología del desarrollismo.
En este libro
propongo re-significar esa idea: para ello hay que introducir la prudencia en
la praxis económica y humana, superar el eurocentrismo, controlar el crecimiento
demográfico, redistribuir la riqueza y eliminar la escasez, crear un ocio
productivo, someter la ingeniería genética a la bioética y así construir una forma vida orgánica donde el hombre sea
consciente de que pertenece a una totalidad, de que es parte, en primer lugar,
del planeta tierra; en segundo, de la sociedad y la humanidad. Son esbozos para
sustituir esta civilización frenética de la “forma-vida frenesí” por una forma-vida orgánica, por un orden social
nuevo.
Por último, debemos
volver a las preguntas simples, a las preguntas aparentemente obvias, tal como
lo recordaba con De Sousa Santos al comienzo. Esas preguntas pueden ser:
¿podemos seguir así? ¿Así como vamos sobreviviremos en el futuro? Basta con
estas dos sencillas cuestiones para percatarnos de la complejidad de las
respuestas y de las soluciones. Estas dos sencillas preguntas nos llevan al imperativo de
inquirir radicalmente por el futuro de la vida
y el hombre, y por las posibilidades de un cambio
histórico. Hay que empezar por re-pensarnos. Hay que dejar el
fatalismo y con un optimismo prudente ser conscientes de que no todo está perdido. El
hombre ha sido sumamente creativo desde su origen. El hombre lo ha hecho todo,
lo bueno y lo malo. Él se ha creado y auto-creado, producido y
auto-reproducido. Es lo que en el texto llamo antropoiesis. En el hombre está la fatalidad, pero también la esperanza. El
hombre es un tránsito, un ser en continuo nacimiento. Sólo él tiene la
oportunidad de salvar el mundo que tenemos; sobre nuestros hombros recae esa tarea.
No todo está dicho, no todo está perdido, pues gracias a aquellos sin
esperanza, nos “es dada la esperanza”, decía Benjamin. Y justo ahí nos
encontramos hoy, con la responsabilidad a cuestas.
Noviembre 15 de 2013.
Comentarios
Publicar un comentario