LA VIOLENCIA Y LA FILOSOFÍA EN COLOMBIA


Por: Damián Pachón Soto[1]

“Los credos religiosos y los partidos políticos han derramado más sangre que cualquier otra causa a través de la historia”.

DARIO BOTERO URIBE[2].

Hoy nadie duda de la hondura, la penetración y sagacidad filosófica de Miguel Antonio Caro, presente, por ejemplo, en su Estudio sobre el utilitarismo en el cual se oponía vehementemente a la sensualidad y la inmoralidad de la doctrina utilitarista del pensador inglés Jeremy Bentham, doctrina que era defendida entre nosotros por hombres de la talla de Ezequiel Rojas; tampoco se duda de sus dotes de filólogo, latinista, conocedor de la cultura antigua y su calidad como escritor y gramático. Sin embargo, es necesario recalcar que a partir de la llamada Regeneración su influjo sobre la libertad de pensamiento y expresión fue negativo en Colombia. En efecto, ha dicho Miguel Ángel Urrego, el gobierno de Caro y Núñez se convirtió en un régimen productor de verdad. En este periodo se le otorga a la iglesia el control sobre “el contenido de los textos escolares, el tipo de materias y la moralidad del maestro; a través de la represión de la circulación de las ideas, obras y actitudes consideradas inmorales [...] finalmente, estableciendo que en el arte la moral debía ser el principio de creación y la base para la determinación de la calidad de una obra de arte.”[3] Todo esto fue plenamente compatible con su defensa del catolicismo, el hispanismo y el tradicionalismo más acerado en la línea del reaccionario y tradicionalista español Donoso Cortés[4]. Durante la Regeneración y gracias a la labor retardataria de Rafael María Carrasquilla en la Universidad del Rosario, hubo en Colombia un verdadero “ostracismo filosófico”, donde la filosofía moderna no ingresó gracias a los index y la censura; era la filosofía y el pensamiento sometidos por la sotana. Fue una época de poca apertura intelectual y carente de cosmopolitismo, ya que el país se sumergía en su “polis cachaca” y en su “cultura de viñeta” sabanera[5]. Un ejemplo de la circuncisión de las ideas que producía el régimen de la Regeneración lo encontramos en el trato que se le dio a José María Vargas Vila, el cual se oponía al régimen conservador, la falsa moralidad de sus curas y los hábitos pacatos de la aristocracia. La muestra fehaciente de la intolerancia ideológica del régimen teocrático es la publicación en 1910 del libro titulado “Novelistas malos y buenos juzgados en orden de naciones”, cuya autoría corresponde al sacerdote Pablo Ladrón de Guevara. En este libro se hacía extensas listas de pensadores prohibidos por la iglesia católica, a la vez que se comunicaba el castigo para los infractores, entre ellos, la excomunión. En tal libro se decía sobre Vargas Vila: “Sentimos verdaderamente que sea de ésta cristiana República este señor, de quien nos vemos precisados a decir que es un impío furibundo, desbocado blasfemo, desvergonzado calumniador, escritor deshonesto, clerófobo, hipócrita pertinazmente empeñado en que le compren por recto, sincero y amante de la verdad; egoísta con pretensiones de filántropo y, finalmente, pedante, estrafalario hasta la locura, alardeando de políglota con impertinentes citas de lenguas extranjeras; inventor de palabras estrambóticas...”[6]. También, hacia 1913 un sacerdote escribía: “Hombres y mujeres que me escucháis, tened presente que el parricidio, el infanticidio, el hurto, el crimen, el adulterio, el incesto, etc., etc., son menos malos que ser liberal…”[7].

Esa actitud dogmática, cerrada, violenta, sólo empezó a cambiar un poco durante los años 20 y la llamada modernización del país. Modernización que fue posible gracias a la llamada “danza de los millones” del gobierno de Pedro Nel Ospina, posibilitada por el buen precio del café a nivel internacional y a los 25 millones que recibió Colombia por la pérdida de Panamá[8]. El café aceleró un poco la industrialización del país, la mejora de las vías de comunicación, la infraestructura, la apertura al mercado internacional y creó una economía nacional con el correlativo consumo interno y la escisión de clases. Es decir, el café fue fundamental para nuestro proceso de racionalización[9], el cual se complementó con la creación de instituciones como el Banco de la República en 1923 y la Federación Nacional de Cafeteros en 1927. Con todo, esa naciente modernización atizó los problemas sociales, dando origen al problema obrero, a las huelgas y los paros, los cuales eran sustentados ideológicamente el anarquismo, el socialismo y el marxismo de segunda mano que por la época entraban al país, dando origen al Partido socialista, posterior Partido comunista colombiano. Sin embargo, como es bien sabido, las huelgas, en el caso del petróleo y las bananeras, terminaron reprimidas con grandes saldos para la vida de los obreros colombianos que, por primera vez, se oponían a las injusticias del imperialismo económico[10]. Aquí, de nuevo la violencia y la hegemonía conservadora reprimían la protesta, la opinión, la expresión y las ideas, buscando mantener el país en su cultura parcamente conventual.

Ya en los años 30, cuando el partido liberal vuelve al poder, las cosas empiezan a cambiar un poco. Es en estos años cuando el proceso de secularización, entendido como la desaparición de la influencia religiosa sobre las ideologías y las instituciones, se empieza a producir. Se fundan colegios femeninos, ingresa la mujer a la universidad, se fundan escuelas, y ya en el gobierno de Alfonso López Pumarejo (1934-1938) se realizan reformas sociales- a las cuales no me referiré aquí- y educativas que permitieron sustraerle parte del control educativo y social a la iglesia católica.

En lo educativo el papel del gobierno de López fue significativo. Como ya se dijo, en este aspecto fue decisiva la influencia de la reforma de Córdoba de 1918 que se extendió por gran parte de América Latina. Recordemos las pretensiones principales de ese movimiento: autonomía universitaria, concursos para la elección de profesores, participación de la comunidad universitaria en la elección de las autoridades de la universidad, libertad de cátedra, bienestar social para los estudiantes, gratuidad de la educación, democratización del acceso a la universidad, extensión universitaria y proyección social de la universidad. Como puede verse, el movimiento de Córdoba tenía una noción esencialmente moderna de la universidad. El movimiento proclamaba algo que bien cabría para la mayoría de las universidades colombianas de la época y muchas de hoy. Dice la declaración del 21 de junio de 1918: “Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y...el lugar donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a sí a ser el fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia, frene a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático”.

En el gobierno de López se crean escuelas, se reorganiza la ciudad Universitaria (Universidad Nacional) con un extenso campus que posteriormente será el lugar donde se desarrollen las más diversas actividades académicas y culturales; asimismo, y es un aspecto muy importante, se separó la educación de la iglesia, derogándose así el papel que la constitución del 86 le había dado a la iglesia católica en el campo educativo. La educación estaría a cargo del Estado. Todas estas transformaciones, junto con la libertad de cátedra, las reformas en la administración de la universidad, etc., sentarían las bases para que en los años 40 se empezara a normalizar la actividad filosófica. Definitivamente, sin las transformaciones sociales, económicas y culturales que vivió el país desde principios de siglo, la introducción de la filosofía moderna en Colombia no hubiera sido posible.

El nuevo ambiente, el nuevo aire, más propicio para las ideas y para el ingreso del pensamiento, lo representaron en la época personajes como Luis Tejada, Baldomero Sanín Cano, Luis López de Mesa y el explosivo escritor antioqueño Fernando González. Luis López de Mesa dio sus pinitos sociológicos, pero aún leía la historia de Colombia en clave liberal, tal como puede verse en su texto Escrutinio sociológico de la historia de Colombia (1955), donde culpaba a Turbay y a Gaitán de La Violencia[11]. Igualmente, manejaba conceptos pseudocientíficos. Llegó a definir al colombiano como: “Pueblo de tipo mongoloide, probablemente originario del norte asiático; de baja estatura, feo de fisonomía, musculatura recia para la marcha y la respiración en la altiplanicie [..con] inclinación al hurto, a la crueldad, a la cobardía, a la bebida embriagante, a la promiscuidad sexual, y probablemente a la mugre”[12]. Por su parte, el irreverente Fernando González, que criticaba a la iglesia y la falsa moral, publicó en 1936 su libro “Los negroides. Ensayo sobre la gran Colombia”. Allí expuso sus dos particulares conceptos: vanidad y egoencia[13]. El primer concepto significa “vacuidad”, es decir, vació, “carencia de substancia”. Ese vacío es propio de los latinoamericanos e indica carencia de algo, más precisamente, de identidad y seguridad en sí mismos, por lo que la vergüenza pasa a ser el fenómeno concomitante de nuestra historia. Ese vacío es llenado por el latinoamericano con la copia, esto es, con la “simulación de europeismo”, europeismo que llena esa carencia de identidad, pero que, en el fondo, profundiza nuestra desgracia. Desgracia que consiste en mirarnos con vergüenza y desprecio a nosotros mismos. En el libro González llama a ésta actitud frente a Europa como el “complejo de hijo de puta”[14], producto de nuestra histórica humillación; el segundo concepto, el de egoencia, hacía alusión al culto de la personalidad y la autenticidad.

Estas libertades en la expresión de González era signo de una mayor apertura intelectual, lo cual se manifestó también en la obra de intelectuales como Luis Eduardo Nieto Arteta, quien tenía una amplia formación en economía, derecho y filosofía, y cuyo libro Economía y cultura en la historia de Colombia (1941), superó la vieja forma partidista de hacer historia. Ya no era la historia que yo he llamado “historia bachilleratesca”[15], sino una manera de ver el pasado donde lo fundamental no son los héroes, los acontecimientos políticos, las fechas, las anécdotas, sino donde se le da prelación a la formación socioeconómica, los intereses de las clases, los sectores, los grupos y los procesos, etc., cercana ya a la historiografía que había nacido en Francia en 1928: la Escuela de los Annales fundada por March Broch y Lucien Fevbre y a la que se sumaría, después, Fernando Braudel. Esta nueva historiografía fue complementada- después- por Jaime Jaramillo Uribe, en especial, con sus Estudios de historia social colombiana de 1967.

Ya en los años 40, cuando el filósofo argentino Francisco Romero había proclamado, en el periódico La nación, la “normalización filosófica” en América, en Colombia se respiraba cierto aire de normalidad. Contamos, en esos años, con filósofos como Rafael Carrillo, el ya mencionado Luis Eduardo Nieto Arteta, Danilo Cruz Vélez, Cayetano Betancur, Abel Naranjo Villegas y la filosofía nacía entre nosotros bajo el influjo de la filosofía de los valores de Max Scheler y el positivismo jurídico del austriaco Hans Kelsen, por eso, entre nosotros, la filosofía moderna nació como filosofía del derecho. Ellos fueron los pioneros de esa disciplina en Colombia[16]. Ese proceso de normalización se consolidó con la fundación, en 1946, del Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, primera facultad secularizada del país.

La filosofía en la mitad del siglo XX.

Sin duda el periodo liberal de 1930 a 1946 fue decisivo para el ingreso de la filosofía moderna en Colombia. En este periodo hubo mayor tolerancia y, por ende, mayor circulación de las ideas, como ya mostramos. Sin embargo, con la caída de la hegemonía liberal, las cosas vuelven a cambiar y se produce un franco retroceso. Con el regreso del partido conservador al poder, intelectuales del grupo de los Leopardos asumieron posiciones pro-fascistas. A este grupo, cuyo accionar se dio especialmente en Caldas, pertenecieron Silvio Villegas y Alzate Avendaño, entre otros. Al mismo tiempo, la iglesia que se había opuesto a la modernización del país y que veía en las Reformas de la Revolución en marcha un peligro, pues mermaba y minaba la base social de la iglesia, funda la Unión de Trabajadores Católicos de Colombia para oponerse a la Central de Trabajadores de Colombia, fundada en 1936 bajo el gobierno de López y a través de Ismael Perdomo con la Acción Social Católica, creaba una especie de milicia para defender el orden[17]. A este grupo habría que sumarle la entrada en escena de Laureano Gómez. En efecto, en 1950 ascendió a la presidencia de la república de Colombia, sin la participación del partido liberal, el político conservador Laureano Gómez, excelente orador, polémico político, admirador de Franco, racista, antisemita; enemigo de los masones, los comunistas y los liberales, grupos que llegó a identificar como uno solo[18]. Gómez, uno de los grandes representantes de la ideología fascista, que llegó a sostener tesis pseudocientíficas según las cuales nuestro atraso se debía a la mezcla de razas de nuestros pueblos[19], sería uno de los grandes protagonistas de la historia colombiana de mediados del Siglo XX. Él, junto a los Leopardos y la iglesia de la época, fustigaba con la violencia simbólica y física a liberales, masones, judíos, comunistas, es decir, lo que él llamaba la “gangrena de la sociedad”; desde la tribuna de su periódico El siglo criticó el naciente proceso filosófico moderno en la Universidad Nacional de Colombia: “Desde el arribo de Gerardo Molina a la rectoría de la Universidad Nacional, se inició una era de corrupción y desmoralización del estudiantado. Profesores de reconocidas ideas comunistas, tales como Antonio García, Nieto Arteta, Restrepo Piedrahita, Francisco Socarrás, [...], Diego Montaña Cuellar, Danilo Cruz Vélez, Juan Francisco Mújica, Rafael Carrillo y otros muchos más orientan la educación de la universidad dentro de un estricto dogma izquierdo marxista, haciendo de la libertad de cátedra una mentira y dirigiendo de una manera demagógica y convirtiéndola en tribuna de la más vulgar propaganda política”[20].

Con este tipo de manifestaciones sólo se ponía de presente el ambiente autoritario y, por lo mismo, poco apto para el ejercicio de la crítica y la filosofía. El periódico atacaba lo más insigne de la intelectualidad del momento y a quienes serían reconocidos posteriormente como lo más selecto que ha producido la inteligencia colombiana. Esa actitud “policiaca y arzobispal” frenó el desarrollo de las ciencias sociales en Colombia, así como gran parte del proceso cultural, ocasionando “exilios” similares a los que por la época aún se producían en la Rusia delirantemente marxista-leninista-engelsiana-estaliniana y en la España del general Francisco Franco. Debido a las actitudes laureanianas salieron del país varios intelectuales, entre ellos, Danilo Cruz Vélez en 1951 (quien sin embargo ha manifestado que la razón principal de su salida fue el deseo de perfeccionar el alemán), Rafael Carrillo en 1952, Rafael Gutiérrez Girardot, Ramón Pérez Mantilla y Jaime Vélez Sáenz. Los dos primeros regresarían al país en 1959 para reanudar y completar el proceso de normalización frustrado por La Violencia de mediados de siglo. Gutiérrez, por su parte, iniciaría su brillante carrera en Alemania, pero sin dejar de participar en la vida académica colombiana.

Muestra de la situación de la época es el penoso caso sucedido con el profesor Víctor Frankl, no el famoso filósofo y psicoanalista austriaco autor del libro “El hombre en busca de sentido”, sino el filósofo vienés que llegó al país, traído por iniciativa de algunos profesores de la Nacional con el ánimo de que reforzara la enseñanza de filosofía alemana. Sin embargo, el profesor tomó una actitud totalmente diferente. No era la filosofía alemana lo que le interesaba, sino el tomismo. Esto molestó mucho a los docentes de filosofía de la Universidad entre ellos a Rafael Carrillo y en parte a ese problema se debe su viaje a Alemania en 1952. Frankl era, sin duda, un filósofo bien formado. En su libro “Espíritu y camino de Hispanoamérica”, se encuentran ensayos serios y rigurosos; sin embargo, el profesor pensaba, en consonancia con el régimen conservador y con la dictadura, que el ‘espíritu’ de Hispanoamérica era el católico y que el ‘camino’ era aceptar esa tradición, lo que incluía el tomismo, para poder proyectarnos hacia el futuro como pueblo, como nación. Lo que pedía Frankl era una vuelta al pasado.[21]. En el libro el profesor Frankl saludaba fervorosamente a Colombia porque ha “mantenido en vigor, con una fidelidad incomparablemente mayor que cualquiera otra nación del continente, la sublime herencia de la época colonial, la catolicidad escolástica, como fundamento intelectual inconmovible del Estado y de la cultura, con la consecuencia de poder comunicarse con el pasado español como una parte integrante y viva de la propia existencia, y de poder preparar el futuro cultural como brote orgánico de este pasado”[22]. Lo único salvable del libro de Frankl, además de algunos ensayos, es el llamado a que se cree un “Centro de Investigación de la Historia de las ideas en Colombia”, labor que ha venido realizando con maestría la Universidad Santo Tomás de Bogotá hace más de 30 años.

Pero no todo era malo. Por la época llegó al país Marta Traba, esa mujer argentina de una “terquedad furibunda”, según su biógrafa Victoria Verlichack, que en medio de un país que ella misma describió como “el más aguerrido bastión del inmovilismo”[23], esto es, del conservatismo y el anquilosamiento de las estructuras sociales, realizó una tarea sin precedentes en el arte, que terminó con la fundación del Museo de Arte Moderno en 1962.

En este periodo se destacó, a pesar de la Violencia y de la censura de la dictadura, la revista Mito[24]. En ella se difundió la literatura universal, se publicaron artículos de filosofía sobre Husserl, Nietzsche, Hegel y Heidegger. Danilo Cruz Vélez y Rafael Gutiérrez Girardot colaboraron con ese grupo formado, entre otros, por Fernando Charry Lara, Eduardo Cote Lamus, Hernando Téllez, Valencia Goelkel y Jorge Gaitán Durán, éstos dos últimos fundadores de la revista que llegó a publicar en sus siete años de circulación (1955-1962) 42 números. Fue una revista pluralista y universal que predicaba que el conocimiento de la literatura universal enriquecía la tradición nacional, tal como lo había sostenido Sanín Cano influenciado por el descubridor de Nietzsche en Europa, George Brandes. La revista defendió la inteligencia en medio del montón de cadáveres que poblaban el país y trajo el erotismo, entre ellos, el de Sade, causando escozor en una sociedad tercamente parroquial. Mito también se opuso a la dictadura de Rojas Pinilla. Ese fue parte de su compromiso político. Sus integrantes no eran pues, intelectuales en la “torre de marfil”, sino comprometidos ciudadanos dedicados a la cultura y a la renovación espiritual de la época.

En la época las “voraces negras aves”, como dice el poema “Llanuras de Tulúa” de Fernando Charry Lara, surcaban el cielo colombiano y fue el libro de Eduardo Umaña Luna, Orlando Fals Borda y monseñor Germán Guzmán, “La violencia en Colombia”, el que plasmó por primera vez y de forma seria lo que ocurría en nuestros campos y lo sucedido en los años inmediatamente anteriores a su publicación. Como es lógico, los sectores más recalcitrantes condenaron el libro, no pudiendo, sin embargo, frenar lo que él fundaba en Colombia: lo que se ha llamado violentología. Ellos fueron los primeros violentólogos. Con este caso, una vez más, se ponía de presente la intolerancia ideológica de la época, si bien ya se estaba en los años sesenta, época en que todos creyeron optimistamente “cambiar el mundo” y “realizar la utopía”.

Por otro lado, en 1960 apreció el primer número de la revista Eco fundada por Karl Buchholz, un alemán que creó una famosa librería en Bogotá. La revista publicó más de 200 números y pervivió hasta 1984. Fue una revista de calidad que algunos tildaron de germanófila por obvias razones. En ella participaron los más reconocidos intelectuales de la época, entre ellos, los dos filósofos fundadores del Instituto de filosofía de la Universidad Nacional, Rafael Carrillo y Danilo Cruz Vélez. Esta revista, junto con Mito, mantuvo viva la filosofía en Colombia, en esos años oscuros donde la normalización de la filosofía, su institucionalización, difusión, etc., se había detenido.

Para concluir, podemos decir que la Violencia, desde la Regeneración, incluso antes, ha condicionado el desarrollo filosófico en Colombia. Esa violencia se ha manifestado a través de la sumisión del pensamiento a los partidos políticos y a la iglesia y ha tomado forma en la censura, en los Index, en la oposición a la libre circulación de las ideas, en la eliminación física de la oposición. Esto cambio un poco durante la hegemonía liberal, pero recobró fuerzas de nuevo a partir de 1946 cuando los conservadores y la iglesia atacaron al liberalismo, al comunismo, el socialismo, la masonería, los judíos y al naciente proceso de normalización filosófica en Colombia. Ya en los años 50, se cierra la facultad de filosofía de la Universidad Nacional, se paran las publicaciones en la Universidad y se exilian o salen del país varios intelectuales de punta. Asimismo, y es lo más sintético que podemos decir aquí, la Violencia frenó el proceso de normalización filosófica entre nosotros, proceso que sólo se completa hacia mediados de los años 70, en claro atraso frente a países como Méjico, Argentina y Perú; también ahogó la posibilidad de la crítica, pues en un país de conservadores y católicos, renegar de la iglesia o criticarla, es como renegar de las entrañas, de lo que supuestamente se es, tal como lo advirtió Gutiérrez Girardot[25]. Por último, esa Violencia impidió una recepción seria del marxismo en los años 40 y 50, recepción que sólo se da seriamente en los años 60 con hombres como Estanislao Zuleta. Pero a pesar de todo, algo del pensamiento libre se mantuvo en los campos del arte, con Marta Traba, la Revista Mito y la Revista Eco.



[1] Ponencia central presentada en el “II Foro Violencia, flagelo de siempre: un mirada al centro social”, en el marco del Plan Estratégico de Ciencia, Tecnología e Investigación. Bogotá, Universidad Distrital y Alcaldía Mayor de Bogotá, Diciembre 15 de 2011. La mayoría de lo expuesto en este texto corresponde a mi libro Estudios sobre el pensamiento colombiano, Volumen I, Bogotá, Editorial Desde abajo, 2011, 352p.

[2] El poder de la filosofía y la filosofía del poder, Bogotá, Esap y Universidad Nacional de Colombia, 1ª edición, 1996, p. 266

[3] Miguel Ángel Urrego, Intelectuales, Estado y nación en Colombia. De la Guerra de los Mil Días a la constitución del 1991, Bogotá, Siglo del hombre Editores y Universidad Central, 2002, p. 43

[4] Luis Villar Borda, Donoso Cortés y Carl Schmitt, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2006, pp. 29-49.

[5] Véase Rafael Gutiérrez Girardot, “La literatura colombiana en el siglo XX”, En: Hispanoamérica: imágenes y perspectivas”, Bogotá, Temis, 1989, pp. 347 y ss.

[6] Ladrón de Guevara, citado por Miguel Ángel Urrego, Op. Cit., p. 45

[7] Véase, David Bushnell, Colombia. Una nación a pesar de sí misma, Bogotá, Planeta, 1994, p. 230

[8] Una lectura sugerente sobre la manera como se produjo el “ser capitalista” entre nosotros en esta época puede consultarse en el libro de Santiago Castro-Gómez, Tejidos oníricos. Movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá (1910-1930), Bogotá, Universidad Javeriana, 2009.

[9] Véase Luis Eduardo Nieto Arteta, El café en la sociedad colombiana, Bogotá, El Áncora Editores, 1992, p. 50.

[10] Para una mayor ilustración sobre este proceso ideológico Véase: Autores Varios, El marxismo en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1984 y Renán Vega Cantor, Gente muy rebelde. Socialismo, cultura y protesta popular, Bogotá, Ediciones Pensamiento Crítico, 2002, Vol. 4.

[11] Luis López de Mesa, Escrutinio sociológico de la historia colombiana, Medellín, Editorial Bedout, 1970, p. 190 y ss.

[12] Carlos Uribe, “Luis López de Mesa (1884-1967)”, en Pensamiento Colombiano del siglo XX, Bogotá, Universidad Javeriana, 2007, p. 399, nota 21.

[13] Fernando González, Los negroides, Medellín, Bedout S.A., 1973, p. 19.

[14] Ibíd.. pp. 44 y 93.

[15] Damián Pachón Soto, “¿Bolívar o Santander?: una disputa estéril”, en Revista Reflexiones teológicas, No. 6, Bogotá, Universidad Javeriana, 2010, p. 199.

[16] Para un estudio sobre parte de este proceso véase, por ejemplo, Numas Armando Gil, Reportaje a la filosofía, Tomo I, Bogotá, Editorial Punto Inicial, 1993, mi Estudios sobre el pensamiento colombiano, Ob. Cit., pp. 87-99; asimismo, Manuel Guillermo Rodríguez, La filosofía en Colombia. Modernidad y conflicto, Buenos Aires, Laborde editores, 2003.

[17] Véase Juan Carlos Ruiz, Leopardos y tempestades. Historia del fascismo en Colombia. Bogotá, 2004, pp. 89-224.

[18] Ibíd., pp. 191 y ss.

[19]Javier Ocampo López, Qué es el conservatismo colombiano, Bogotá, Plaza & Janés, 1990, p. 145

[20] Citado en Juan Carlos Villamizar, “Antonio García Nosa, 1912-1982”, en Pensamiento colombiano del siglo XX, Ob .Cit., p. 46.

[21] Víctor Frankl, “Filosofía colombiana del pasado y del futuro”, en Espíritu y camino de Hispanoamérica, Tomo I, Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1953, p. 555

[22] Ibíd., p. 571.

[23] Victoria Verlichak, Marta Traba, una terquedad furibunda, Bogotá, Planeta, 2003, p. 133

[24] Véase, Juan Gustavo Cobo Borda, Historia de la poesía colombiana siglo XX. De José Asunción Silva a Raúl Gómez Jattín, Bogotá, Villegas Editores, 2003, pp. 231 y ss; asimismo, Rafael Gutiérrez Girardot, “Mito: cultura universal y paz social”, en Tradición y ruptura, Bogotá, Mondadori, 2006, pp. 217-221.

[25] Rafael Gutiérrez Girardot, Provocaciones, Bogotá, Ariel, 1997, p. 30.

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