FILOSOFÍA Y POESÍA EN MARÍA ZAMBRANO: SU RECONCILIACIÓN EN LA RAZÓN POÉTICA
Por:
Damián Pachón Soto
“Hay
que dormirse arriba en la luz.
Hay
que estar despierto abajo en la oscuridad intraterrestre, intracorporal de los
diversos cuerpos que el hombre terrestre habita: el de la tierra, el del
universo, el suyo propio. Allá en los profundos, en los ínferos el corazón
vela, se desvela, se reenciende en sí mismo.
Arriba
en la luz, el corazón se abandona, se entrega. Se recoge, se aduerme al fin ya
sin pena. En la luz que acoge si no se padece violencia alguna, pues que se ha
llegado allí, a esa luz, sin forzar ninguna puerta y aún sin abrirla, sin haber
atravesado dinteles de luz y de sombra, sin esfuerzo y sin protección”.
María
Zambrano, “Método”, en: Claros del bosque,
Barcelona: Seix Barral, 1990, p. 39.
Mi
objetivo en la presente conferencia es tratar las reflexiones de María Zambrano
en torno a la poesía y la filosofía. Para ello, voy a dividir la intervención
en tres partes, para, finalmente, dar algunas conclusiones. En la primera, voy
a mostrar las relaciones entre filosofía y poesía en el mundo griego,
explicitando cómo la poesía precedió
a la filosofía; en la segunda, aludiré a las diferencias que la pensadora
española estableció entre las dos y, finalmente, mostraré cómo la razón poética
plantea una fusión de ambas, que permiten no sólo salvar la crisis de la
modernidad, sino superar aparentes contradicciones. Me voy a basar, para tal
exposición básicamente en tres de sus obras: El hombre y lo divino de 1955, Filosofía
y poesía y Pensamiento y poesía en la
vida española, ambos de 1939; y, ocasionalmente, en otros textos.
Filosofía y poesía en el mundo
griego.
En
un artículo titulado “La destrucción de la Filosofía en Nietzsche” sostiene
María Zambrano:
“El
‘logos’ de la Filosofía traza sus propios límites dentro de la luz. El de la
Poesía, en cambio, cobra su fuerza en los peligrosos límites en que la luz se disuelve
en las tinieblas, más allá de lo inteligible. Pero la poesía nació como ímpetu
hacia la claridad desde esas zonas oscuras, por
eso precede a la Filosofía. Lenguaje meramente inteligible, y le ayuda a
nacer. Sin Poesía previa la razón [filosófica] no hubiera podido articular su
claro lenguaje. La primera conciencia que el hombre adquiere la podríamos
llamar ‘conciencia poética’ en que la enajenación toca a una cierta identidad.
La embriaguez poética primera es ímpetu, aspiración- como quizás toda embriaguez
lo sea- a una identidad superior”.
¿Cómo
justifica Zambrano que la poesía precede a la filosofía? Primero, mostrando
cómo en Grecia, con Homero y Hesiodo, y otros poetas, hay un pensar poético que es anterior a la
pregunta propiamente, pregunta que aparece con Tales de Mileto. En segundo
lugar, y mucho más importante para ese fin, haciendo una distinción entre lo
sagrado y lo divino, pues fue el paso de lo sagrado a lo divino lo que permitió
la aparición de la pregunta filosófica. ¿Qué entender por lo sagrado?:
“Más,
la realidad como se presenta en el hombre que no ha dudado, en el hombre que no
ha entrado todavía en conciencia y aún mucho antes en el hombre en el estado más original posible, en el que crea e
inventa los dioses, la realidad no es atributo ni cualidad, que les conviene a
unas cosas sí y a otras no: es algo anterior a las cosas, es una irradiación de
la vida que emana de un fondo de misterio; es la realidad oculta, escondida; corresponde,
en suma, a lo que hoy llamamos sagrado […]. La realidad es lo sagrado y sólo lo
sagrado la tiene y la otorga”.
Lo
sagrado es el fondo último de realidad, la placenta nutricia de donde todo
brota y a lo que todo regresa. Lo sagrado es una especie de fondo terrorífico,
múltiple, heterogéneo. Es la forma como se presenta la realidad, con su
misterio, lo inagotable de las cosas, de la naturaleza, lo ambiguo de ellas. Es
la realidad que se presenta como resistencia, la misma que guarda los secretos
de la vida y la muerte, el sueño, lo inefable.
Es
desde ese fondo desde donde emerge la claridad,
la necesidad de transparencia. Y
ese primer trato con la realidad lo permite la creación poética de los dioses. Así, emerge lo divino. El hombre tuvo que crear los dioses para poder dominar la
realidad terrorífica:
“Cuando
los dioses aparecen, esta conformación de la realidad se precisa. Más bien, es
cuando tiene lugar. La aparición de los dioses, el hecho de que haya dioses,
configura la realidad, dibuja una primera especificación que más tarde, cuando
la lógica haya sido descubierta, serán los géneros y las especies. La presencia
de los dioses pone una cierta claridad en la diversidad de la realidad ya
existente desde el mundo sagrado más primitivo y paradójicamente permite que
vaya surgiendo el mundo profano”.
En
pocas palabras, con los dioses griegos, la poesía creo un espacio vital de
claridad, reveló un orden de las cosas, lo que permitió el enfrentamiento con
la realidad, pues los dioses son sólo
formas de tratar con lo real.
Sin
embargo, tras la insuficiencia de los dioses, aparece el pensamiento que ya no
se contenta con las “explicaciones poéticas”…con las explicaciones del mito,
diríamos, en una lectura tradicional; entonces, en la claridad ya ganada
aparece la pregunta filosófica, una pregunta que refleja claramente que el
hombre ha entrado en conciencia, y que siente su falta de ser, y por eso mismo
él mismo decide ir tras el “ser de las cosas”. La pregunta filosófica nace de
la inconformidad del hombre frente a los dioses y de cierta seguridad en sí mismo.
Resumiendo,
“fue ella, la Poesía, quien primeramente se enfrentó con ese mundo oculto de lo
sagrado. Y, así, por una parte la insuficiencia de los dioses, resultado de la
poética acción, dio lugar a la actitud filosófica”. La Poesía había revelado lo
oculto, había permitido claridad. Ahora el hombre olvidaba toda imagen, toda
respuesta y él mismo se disponía a entrar en el recinto hermético, a descifrar,
a buscar de nuevo; necesitó quedarse sólo para hacer eso, “pues solamente una
ignorancia más completa podía descubrir la soledad de la que nace la pregunta”.
Pues las preguntas nacen de la soledad, del vacío interior, no de la llenura de
la cabeza. Así, el hombre iba “tras el ser”; había despertado, pues la pregunta
es el despertar del hombre:
“Así,
la pregunta filosófica que Tales formulara un día, significa el desprendimiento
del alma humana, no ya de esos dioses creados por la Poesía, sino de la
instancia sagrada, del mundo oscuro de donde ellos mismos salieron”[4].
Una
vez en este punto el hombre “se ha ganado”. En el tránsito desde lo sagrado a
lo divino, en ese camino, el hombre siempre estuvo buscando libertad. Los dioses se la otorgaron un
poco frente a lo sagrado, le abrieron un “espacio vital”; ahora la filosofía le
hacía ganar un grado más alto de esa libertad: la pregunta. De hecho aquí
podemos encontrar una diferencia que usualmente se remarca entre la religión y
la filosofía: la religión ofrece respuestas; la filosofía hace preguntas.
Valga
decir de paso que para Zambrano, a diferencia de Aristóteles, la filosofía no
nace sólo del asombro o de la admiración. El nacimiento de la filosofía implica
inquirir, perseguir, en pocas palabras, implica cierta dosis de violencia, pues
es necesario desprenderse violentamente de las cadenas de la caverna, para
ascender a la luz. En la filosofía, el concepto mismo es reducción, exclusión, pero también liberación, pues:
“el
hallazgo del concepto liberó al hombre de la servidumbre ante la fisis sagrada […] Esta liberación es el
origen histórico del hombre tal como lo hemos conocido, en su último paso de la
cultura de occidente”.
Dice
la filósofa española sobre el origen de la filosofía:
“…la
Filosofía es hija, a su vez, de dos contrarios: admiración y violencia. La
primera nos mantiene apegados a las cosas, a las criaturas, sin podernos
desprender de ellas, y en un éxtasis en que la vida queda suspensa y encantada.
De ella sola no podía derivar algo tan activo como el pensamiento inquiridor,
como el pensamiento develador. Hace falta que intervenga alguien más: la
violencia, para que surja algo que se atreva a “rasgar el velo” en que aparecen
encubiertas las cosas”. ¿Y de dónde nace esa violencia? ¿Qué quiere esa
violencia? Lo hemos dicho: quiere. La violencia quiere, mientras la admiración
no quiere nada”.
Pero,
¿qué va a suceder en adelante entre filosofía y poesía? Zambrano da algunas
pautas: la poesía seguirá sufriendo siempre la persecución, será la perseguida;
mientras la filosofía empieza ella misma a perseguir. Para ello, la filosofía
persigue con el método, esa forma mentis que
ofrece seguridad al andar, el camino, será ese trazado en el horizonte que abre
paso, que fija una ruta que hay que recorrer; el método del poeta, por su
parte, es como el vuelo de una paloma: “y el camino que la paloma traza en el
aire sin saberlo llevada sólo por su único saber: el sentido de orientación. No
deja huella”; el método del filósofo será un mandato, un imperativo. Y así
“Filosofía y poesía serán desde el principio dos especies de caminos que en
determinados instantes se funden en uno sólo”. Pero lo que se verá en Grecia es
el triunfo del filósofo, triunfo que se da con la condenación platónica de la
poesía. A la crítica platónica de la poesía no me referiré aquí, pues es un
tópico bien conocido.
Filosofía y poesía “frente a
frente”
En
La agonía de Europa (1945) dice
Zambrano:
“La
primera forma del poder es pensar, pero aún no se sabía. El descubrimiento del
pensar, de este otro algo que no es la fisis
y que ve a la fisis, que es capaz de
enfrentarse con ella para decir ‘es agua’, ‘es aire’; y en un paso más avanzado
es ‘lo infinito’, fue un momento divino de la historia humana. Porque el hombre
ganó un plano desde el cual miraba y, al mirar, lo que era trato mágico se convirtió en concepto”.
En
esta afirmación los ecos de Nietzsche son claros, evidentes, pues para el
filósofo de Sils María, la metafísica nace como temor a la fisis, en pocas
palabras, como temor a lo que Zambrano llama “lo sagrado”. Para Zambrano ese
avance, esa llegada de la Filosofía, implicó un poderla nombrar, crear algo
sobre aquello que era sólo physis. Pues en los comienzos el hombre estaba
frente a una realidad natural. Sólo adquiere poder sobre ella cuando la nomina,
pero especialmente cuando la subsume, la cuadricula, la encarcela bajo el poder
del concepto. Aquí, en efecto, el pensar ya será un poder, será su despliegue
sobre todo lo que pueda arrasar, allanar. Pero este actuar de la filosofía, el
despliegue de su poder, significó también una renuncia. Se renunció a “algo” del mundo, al devenir mismo, al
cambio; a las pasiones sumergidas allá en el fondo de las entrañas, a todo el
contenido apresado en las grutas y en la guarida del sentir; pasiones que
quedaron negadas o que tenían que ser superadas. Esta renuncia es el lado oscuro
de la Filosofía, es el lado oscuro de la razón: es su sombra. Es su pecado. Es
un desdeñar el mundo, un desdeñar la vida misma.
¿Y
qué pasaba con la poesía mientras tanto? Aquí es preciso responder con un bello
párrafo de Pensamiento y poesía en la vida
española:
“Y,
mientras tanto, de otro lado el poeta seguía su vida de desgarramiento,
crucificado en las apariencias, de las que no sabe, ni quiere desprenderse,
apegado a su mundo sensible: al tiempo, al cambio y a las cosas que más
cambian, cuales son los sentimientos y pasiones humanas, a lo irracional sin
medida”.
El
poeta a diferencia del filósofo no renunció a las apariencias, no quiso
desprenderse de ellas; ni tampoco quiso renunciar – o más bien no pudo- al cambio, al tiempo y a sus múltiples
dimensiones; tampoco a las pasiones del hombre, esas que lo han movido, que
incluso lo han llevado a hacer Filosofía. El poeta no quiso salvarse de las
apariencias; el filósofo sí. Este mismo pensamiento lo encontramos en Filosofía y poesía:
“La
poesía perseguía, entre tanto, la multiplicidad desdeñada, la menospreciada heterogeneidad.
El poeta enamorado de las cosas se apega a ellas, a cada una de ellas y las
sigue a través del laberinto del tiempo, del cambio, sin poder renunciar a
nada: ni a una criatura ni a un instante de esa criatura, ni a una partícula de
la atmósfera que la envuelve, ni a un matiz de la sombra que arroja, ni del
perfume que expande, ni del fantasma que ya en ausencia suscita”.
El
filósofo, por el contrario, renunció a parte de la realidad en su deseo de
alcanzar la unidad, el ser, la
identidad. Pero esto no quiere decir que el poeta no tenga su singular unidad,
pues la unidad se dice, como el ser, de muchas maneras. De hecho la tiene y
María Zambrano lo recalca: el poeta también tiene su vuelo, o de lo contrario
no podría hacer poesía. Y el poeta logra una unidad tan sólo porque se vale de
la palabra y toda palabra es ya un trascender la realidad, es un ir más allá de
ella. Con todo, esta unidad no es la misma unidad que alcanza el filósofo con
su metódico proceder y su voluntarioso esfuerzo. No. La unidad que logra el
poeta es siempre incompleta, gratuita, donada, frágil, pero atractiva; una
unidad que nos lleva, sugiere Zambrano, tras su estela. Esa unidad está en el
poema mismo, está oculta en él; es una unidad no absoluta que contiene lo que
es y lo que no es; a diferencia de la unidad total del filósofo, pues que lo
quiere todo. Y es ahí cuando se puede decir: “El poeta no ejerció violencia
alguna sobre las heterogéneas apariencias y sin violencia alguna también logró
la unidad”. Una unidad lograda de forma más rápida, pues la vida misma
desciende hasta el poema y se encarna en él, mientras el filósofo demora en su
esfuerzo, en su camino.
La
filosofía llevó a la unidad, al ser y a la verdad. Eso es claro en el
pensamiento griego, pero la poesía no quería todo eso. No andaba tras la
verdad; no se interesaba por esa verdad definitiva. Ya lo había advertido
Platón: el poeta está a tres grados de la verdad, lo suyo es la mentira, el
error.
Tenemos,
entonces, que el filósofo persigue, inquiere, pregunta, busca, sigue un método,
quiere una unidad absoluta y por eso niega la múltiple, la diversidad, el
devenir; el filósofo está vacío, parte en busca de su ser, pues no se conforma
con lo que le ha sido dado. Así, lo que encuentra le aparece firme y verdadero,
pues él “persigue la seguridad”; la
persigue con su método y alimentado por su voluntad, por su querer: “Y la
voluntad supone libertad…, y lleva en algunos casos al poder”, es la voluntad
como voluntad de poder, de dominio, de la que habló Heidegger. Por su parte, el
poeta no arriba al poder, no lo quiere; él sólo encuentra, se da al mundo, lo
ama, se pega y adhiere al devenir y lo traduce por la palabra; construye así
una unidad que le es donada y que encarna en el poema; el poeta no busca porque,
entre otras cosas, está poseído, está embriagado. De ahí que la poesía es
embriaguez, y ésta debe entenderse como:
“En
la embriaguez el hombre ya es otra cosa que hombre; alguien viene a habitar su
cuerpo; alguien posee su mente y mueve su lengua; alguien le tiraniza […]
Traiciona la razón usando su vehículo, la palabra, para dejar que por ella
hablen las sombras, para hacer de ella la forma del delirio […] La poesía es
realmente el infierno”.
El
poeta, está cargado, lleno, no tiene déficit de algo. El poeta, como lo anotaba
Ortega y Gasset, no es responsable por lo que dice a diferencia del filósofo. Y
algo más, el poeta, al estar poseído, ya se le ha dado su ser. Él no lo busca
como el filósofo, no quiere ser un ‘sí mismo’ que se construye, que se hace a
la fuerza, pues “el poeta no quiere ser […] No puede aceptar una existencia
solitaria, al borde del vacío; una existencia ganada por su sola voluntad”.
Esto
nos lleva a otro punto fundamental. El filósofo camina hacia adelante, con la
historia, tiene voluntad de construir futuro; el poeta se recoge, va hacia
atrás, hacia los orígenes, pues el poeta quiere “reconquistar el sueño primero,
cuando el hombre no había despertado en la caída […] La metafísica es, en
cambio, un alejamiento constante de este sueño primero. El filósofo cree que
sólo alejándose, que sólo ahondando en el abismo de la libertad, que solo
siendo hasta el fin sí mismo, será salvado, será. El poeta cree y espera
reintegrarse, restaurar la unidad sagrada del origen”. Por eso la poesía quiere
rescatar la unidad, la Edad Dorada; restaurar la comunidad antes de que hubiera
historia, “restaurar el tiempo perdido”, mientras el filósofo quiere realizar
la ciudad de Dios en la tierra, paradigma de la idea de Europa desde San
Agustín. De ahí que si la poesía busca el origen, el filósofo huye de él.
Violencia, método, voluntad (relación con respecto al ser son),
poderío, y relación con el origen, con la historia, son, pues, las notas que diferencian Filosofía y poesía. Dos formas de
pensamiento que han estado unidas y separadas en diversos momentos de la
historia y que Zambrano intentará reconciliar con su propuesta de la “Razón
poética”. Una razón más amplia, abarcante, que se ha despojado de la violencia
y que busca recoger todo aquello a lo que renunció el racionalismo y la filosofía
racionalista desde la antigüedad; una unión en realidad de filosofía y poesía,
de razón y vida, para hacer un mundo nuevo, un hombre más íntegro. La Razón
poética es la forma de conciliar esta confrontación
que se puede resumir diciendo:
“Frente-
y estos “frente” los ve el filósofo y no
el poeta- a la unidad descubierta por el pensamiento, la Poesía se aferra a la
dispersión. Frente al ser, trata de fijar únicamente las apariencias. Y frente
a la razón y a la ley, la fuerza irresistible de las pasiones, el frenesí.
Frente al logos, el hablar delirante. Frente a la vigilancia de la razón, el
cuidado del filósofo, la embriaguez perenne. Y frente a lo atemporal, lo que se
realiza y desrealiza en el tiempo”.
La
“Razón poética” y las entrañas de España
La
Razón poética, como una forma de saber nuevo, está íntimamente ligada a la vida
de España, especialmente, a la forma como Zambrano concibe a su patria. El
punto de partida de Zambrano para la construcción de la razón poética es la
denuncia del racionalismo europeo, de la soberbia de la razón. Es la convicción
de que la razón mata la vida o, por lo menos, no la acoge toda. Esta idea
presente en Max Scheler y Ortega, será un punto de partida importante para la
pensadora española. Ya en su libro de 1930, Horizonte
del liberalismo, había dicho:
“La
vida está por encima de la razón, por la que es inabarcable y a la que mueve
como su instrumento. Para el idealista la vida es mera ansia de ser; las cosas,
sombras de las ideas. Para el que valora ante todo la vida, la relación se
invierte; las ideas son las sombras inertes que nunca nos podrán dar la
autenticidad de las cosas, y la vida
jamás podrá conocerse en su totalidad, porque no es copia de ninguna estructura
inteligible; es única, obscura e irracional en sus raíces. La razón es su instrumento y las ideas
sus signos, que no valen por sí, sino por lo que significan, por las realidades ocultas a que aluden”.
Pero
ese desdén por la vida del racionalismo lo encuentra María Zambrano como una
tendencia que viene desde la antigüedad. Sólo con notables excepciones, como la
de Spinoza, Nietzsche, Scheler y el mismo Ortega. Desde la antigüedad la
filosofía renunció al saber de las entrañas. En la modernidad esta tendencia
sólo se agudiza. Por eso, frente al racionalismo que mata la vida, sólo queda
oponer la razón poética, una razón más ancha, que fusione poesía y filosofía,
dos formas de pensamiento que deben venir al rescate y luchar contra la marmolización
de los ritmos vitales propios de la modernidad.
Por
eso la filósofa comienza denunciando algo típico de la época: la crisis del racionalismo europeo. Una
crisis que se acrecienta a partir de la Gran Guerra de 1914 y que era ya criticada por las Filosofías
de la vida de la época. Y frente a esa crisis, emerge como una solución el
pensamiento español. En especial, la idea de Miguel de Unamuno según la cual:
“abrigo cada vez más la convicción de que
nuestra filosofía española, está líquida y difusa en nuestra literatura, en
nuestra vida, en nuestra acción, en nuestra mística, sobre todo, y no en
sistemas filosóficos”.
María
Zambrano constata la “pobretería filosófica” de España, algo que ya era parte
de la conciencia de la inteligencia local, por lo menos desde la Generación del
98. Esa “pobretería filosófica” la había denunciado especialmente Ortega y
Gasset e incluso, como proyecto de toda su vida, se había propuesto superarla
en su libro de 1914: Meditaciones del
Quijote. Ella comprende, como Unamuno, que hay “algo” en el ser español que
los hace reacios al racionalismo, a la Filosofía. Y de paso confirma que el ser
de España es otro y que de ese “ser” saldrá algo salvador para el futuro, algo
que eleve a España, que la saque del naufragio,
que le devuelva su dignidad: “Mas de nuestra pobretería saldrá nuestra riqueza”[5].
Si el sistema ha sido la forma de expresión
del saber filosófico, eso no ha sido posible en España. País de grandes
catedrales, iglesias, grandes construcciones… más ninguna de pensamientos. ¿A qué se debe tal situación? La respuesta
de esta pregunta lleva a Zambrano a lo que engendró la Filosofía misma: la admiración y la violencia: en España,
el pensamiento se nutrió únicamente de la admiración, más no de la violencia.
Esa es, en definitiva, la explicación que ella da. Esta respuesta no es del
todo “científica”, segura, acepta ella, pero lo cierto es que hay unos hechos y
estos son la inexistencia de sistemas filosóficos, hecho que debe ser
explicitado o tratar de serlo al menos:
“pensamiento
desarraigado de la violencia y por tanto del querer […] pensamiento no
unitario; libre, disperso. Su forma no es el sistema; no se ofrece en principio
nombrándose a sí mismo […] Novela y Poesía funcionan, sin duda, como formas de
conocimiento en las que se encuentra el pensamiento disuelto, disperso, por los
que corre el saber sobre los temas esenciales y últimos sin revestirse de
autoridad alguna, sin dogmatizarse”.
Para
Zambrano es claro que el origen del pensamiento filosófico tiene que ser algo
más que la sola admiración, pues el hombre se puede admirar ante cualquier
cosa, “después puede ser canalizado y hasta disecado”. Esto fue lo que sucedió
en Europa: la Filosofía terminó disecando la realidad; mientras en España el
pensamiento se quedó en la mera admiración, sin violencia. Por eso se dieron un
realismo español o un materialismo español, que no tienen nada que ver con los
realismos europeos, ni con el materialismo histórico. No. El realismo español
es precisamente un apego sin violencia a la realidad, a todo; no es dogmático,
no constriñe la realidad, no busca reducirla; es un estar enamorado del mundo
que se tiene, es prenderse de él, sin poder desligarse; es arisco e indómito y
no se deja reducir a fórmulas. Ese realismo está en todas las manifestaciones
de la vida española: la novela, la Poesía, la lírica, la pintura, las
canciones. Es un realismo como “apego maternal a lo concreto”. Es la
divinización del mundo visible, de esa materia que lo funde todo, que todo lo
transporta, que comunica las cosas. De ahí que en España las protagonistas de
las novelas o gran parte de ellas sean las cosas, “los caminos, las ventas, los
árboles, los arroyos y los prados, los pellejos de vino y aceite…en suma, las
cosas y la naturaleza”. Todo esto explica por qué el español no ha reducido la
realidad, no ha renunciado a nada de ella y es por esa misma razón que
“la
interpretación de nuestra literatura es indispensable. Al no tener pensamiento
filosófico sistemático[6],
el pensar español se ha vertido dispersamente, ametódicamente, en la novela, en
la literatura, en la Poesía”.
Por
eso se requiere de un conocimiento poético, en el cual filosofía y poesía se
fundan, se fusionan.
El
conocimiento poético
En
el libro Pensamiento y poesía en la vida
española aparece una de las primeras explicitaciones de la “Razón poética”.
Aquí Zambrano se refiera a ella como conocimiento poético. Y allí encontramos
matices que es necesario recalcar y enfatizar. Zambrano alude a dos extremos:
la Filosofía europea y la Poesía. Entre ambos extremos aparece la “cultura
española con su conocimiento poético”. Esto
quiere decir que la Razón poética se encuentra en una zona intermedia entre la filosofía
y la poesía o, mejor, entre el racionalismo europeo y la Poesía. En esa zona
intermedia la Razón poética bebe de ambos extremos. A mi juicio, esto explica
que la Razón poética tenga un origen netamente español, esto es, que está
directamente relacionada, como ya se mostró, con una especie de “ontología de
España”, que, entre otras cosas, acerca al español en general o a los
intelectuales españoles, sus pensadores, más al rasgo de poetas que a cualquier
otra cosa.
Lo
cierto es que aquí se matiza otra cosa. En Filosofía
y poesía, que es del mismo año, Zambrano las diferencia por la violencia.
Aquí, en este texto, se afirma que “la Poesía, como todo lo humano, requiere
cierta dosis de violencia”. Y en general, toda “expresión” la requiere. Con
todo, si bien el conocimiento poético español tiene “violencia expresiva”, esto
es, producto del exceso de fuerza o, por ejemplo, de pasión que desborda, esa
Razón poética “está ahí, al cabo de siglos, irreductible al poderoso
racionalismo europeo”. Estas precisiones son, a mi parecer, fundamentales. Pues
permiten ver que la Razón poética está en una zona intermedia, que es una
“síntesis” de filosofía y poesía y que, contiene la admiración de la poesía, su
apego por el mundo, sin abandono de nada, pero que también contiene cierta dosis
mínima de violencia; una pequeña dosis necesaria para expresar esa riqueza que
la realidad ofrece. En esto, la lectura matiza y aclara lo expresado en
Filosofía y poesía, donde violencia y admiración eran excluyentes. La Razón
poética ya ha recogido elementos de la poesía y de la filosofía; sin embargo,
más de la poesía. No se puede decir que sea una síntesis equilibrada, pues no
se podría explicar el conflicto mismo de María Zambrano, que si bien se movió
en ambos campos, en ambas planicies, enfiló siempre su crítica frente a la filosofía
europea y su racionalismo.
El
conocimiento poético no escinde la realidad, no la fragmenta como sí lo hace la
mera violencia; tampoco escinde el hombre y menos la sociedad en minoría y
masa. Este conocimiento “se logra por un esfuerzo al que sale a mitad de camino
una desconocida presencia”, es decir, algo sale en su encuentro, la realidad
misma sale a encontrarle. Y en este caso, la realidad no es conquistada
violentamente y la verdad que sale de ella no será raptada, violada. ¿Qué quiere
decir aquí que la realidad sale a “mitad de camino”? Quiere decir que parte de
la violencia que se ejerce cuando se “va hacia” la realidad, propia del sujeto
occidental, del hombre de ciencia, es menguada y aquilatada con una realidad
que se ofrece, que se muestra, que se da y dona gratuitamente, que sale al
encuentro, que se muestra ofreciéndose.
En
las obras posteriores de Zambrano, de un tono más místico, estas condiciones en
que se da la Razón poética varían, porque ya no se tratará de algo que se
entrega a “mitad de camino”, sino que será “conocimiento pasivo”, es decir, de
algo que se presenta, emerge, sin haber preguntado ni ido hacia ello, tal como
aparece en sus obras: Claros del bosque y
De la aurora. Por ello hay que
“dormirse arriba en la luz” y esperar “el camino recibido”. En estas obras, el
“claro” “no hay que buscarlo […] Ni tampoco a buscar nada de ellos […] [Se
debe, D.P] suspender la pregunta que creemos constitutiva de lo humano”. Es
decir, en este caso las realidades mismas llegan hasta la razón que las debe acoger,
abrazar. Por eso, en últimas, pensar es
traducir el sentir, darle voz a la sangre.
El conocimiento poético expuesto en esta obra
de 1939 se hermana con el manifiesto de la Filosofía de la pensadora española.
Me refiero al ensayo Hacia un saber sobre
el alma, publicado en 1934; ensayo que abrió un camino que ella recorrió
después. Y los hermana porque aquí la Razón poética tiene como función un “conocimiento acerca del hombre”, de lo que
Scheler llamó “las formas íntimas de la vida”. Es tarea de la razón poética “reintegrar”
al ser humano y en este sentido “salvar” la cultura europea que “no podrá
salvarse a sí misma” y que por lo mismo “necesita alimentarse de lo que
desdeñó”. Y así, este será el conocimiento que saldrá de España, un saber que
“no es más todavía que una promesa porque no había sonado su hora”. Un saber de
salvación como también Scheler lo llamó.
Finalmente,
hay que decir, que en la formulación del conocimiento poético hay ya una
especie de profecía, pues aún hoy todavía no ha “sonado su hora” y la
civilización se ha rendido en una de las “noches más oscuras de los tiempos”,
donde han muerto los ideales humanos y el hombre se ha entregado a la sociedad
velocífera, a lo que he llamado la “forma vida frenesí”. Por eso, el
conocimiento poético es salvación, ya que:
“Por
el conocimiento poético el hombre no se separa jamás del universo, y
conservando intacta su intimidad, participa de todo, es miembro del universo,
de la naturaleza, de lo humano y aún de lo que hay entre lo humano, y aún más
allá de él”.
Conclusiones
En
la lectura de María Zambrano, se parte de una crisis del racionalismo moderno.
Frente a esa crisis, surge el pensamiento español como un remedio, permitiendo
una recuperación del hombre íntegro mutilado en la modernidad. En realidad, la
crisis que ella ve, no es más que una proyección del dominio de la filosofía
sobre la poesía, de la manera como la primera vence a la segunda y la condena. Todo
esto se junta con la decadencia de occidente, como magistralmente la denominó
Oswald Spengler en 1919, donde la era de las catástrofes, de la primera y la
segunda guerra mundiales, puso de presente el fracaso de la modernidad y el
naufragio de loa humano.
En
su obra, Mará Zambrano mostró que la poesía había permitido el pensar
filosófico; y que incluso en el mundo griego, en Empédocles Heráclito, y aún en
Parménides, filosofía y poesía habían caminado juntas. Con Platón, la filosofía
había tomado primacía y sólo con el romanticismo, pensamiento y poesía se había
juntado momentáneamente, para volverse luego a divorciar. Por eso, frente a la
agonía de Europa, era necesario una nueva forma de razón, una razón más amplia,
más allá de la razón meramente discursiva: la razón poética. Dice Zambrano:
“Hace
ya años en la guerra sentí que no eran ‘nuevos principios ni una reforma de la
razón’, como Ortega había postulado en sus últimos cursos, lo que ha de
salvarnos, sino algo que sea razón, pero más ancho, algo que se deslice también
por los interiores, como una gota de aceite que apacigua y suaviza, una gota de
felicidad (…) ha de tener muchas formas, será la misma en géneros diferentes”.
Había
que distribuir bien el logos por las entrañas,
por la carne, para que ésta lograra voz, lograra expresarse. Había que descender
a las zonas avasalladas de la vida, para darles palabra, imagen, claridad.
Esa
razón poética tenía que denunciar los sistemas filosóficos, denunciar su
hegemonía en la modernidad, los castillos de razones y las murallas de
pensamientos invulnerables. Para ampliar la filosofía se debía recordar que
también la filosofía se dice y se ha dicho de muchas maneras: fragmentos,
cartas, aforismos, tratados, diálogos, investigaciones, meditaciones, etc. El
sistema se volvió dominante en la modernidad, pero las otras formas de hacer
filosofía, no debían sepultarse. Además, junto a la poesía debía rescatarse la
religión y todas las formas de pensamiento, pues el hombre no puede reducirse a
unas pocas, en especial, porque, como lo dijo bellamente en Claros del bosque: “nada de lo real
puede ser humillado”.
Hoy,
después de muchas discusiones, hay, al parecer, más conciencia de que la
filosofía admite varios géneros literarios; que puede existir una
filosofización de la poesía, como ya se dio en Antonio Machado; pero también,
una poetización del pensamiento, tal como ya lo hubo en Nietzsche. Esta no es
una mera ocurrencia, sino un punto clave para
defender, también, la existencia de una filosofía en América Latina,
pues aquí, en este continente que alguna vez fue la utopía de Europa, también
el pensamiento y la filosofía, se han dicho de muchas maneras y han tomado sus
propios cauces expresivos.
Gracias.
[1] Conferencia dictada
en la Universidad Libre, Facultad de Filosofía y Letras, el día 3 de Octubre de 2017.
[2] Este texto está
compuesto a partir de mi libro La
filosofía y las entrañas. El pensar viviente de María Zambrano, Bogotá,
Colección Nuevas Ideas, No. 3, 2011.
[3] Director Maestría en
Filosofía Latinoamericana, Universidad Santo Tomás. Doctor en Filosofía.
Escritor.
[4] En ese salir de los
dioses desde lo sagrado, la poesía fungió como mediación.
[5] ZAMBRANO, María.
“Pensamiento y poesía
en la vida española”, en: Obras reunidas,
Op. Cit., p. 268.
[6] Con excepciones
notables, reconoce Zambrano, como Francisco Suárez y Xavier Zubiri.
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